Leía este fin de semana el artículo de Javier Jiménez en Xataka (ES) en el que preguntaban a varios referentes en medicina de nuestro país sobre el uso y potencial implantación de la cultura de la cuantificación en ámbitos médicos, contrastándolo con aquello que nos llega del otro lado del charco.
La base es por todos conocida. Hay un claro interés social en este fenómeno:
Según el Instituto Nacional de Estadística, el número de personas con más de cien años se multiplicará por cuatro en 2030 y, en 2064, por cada persona en activo habrá otra que no lo esté. No sólo eso, el número de dependientes se doblará en lo que es el mayor problema de los sistemas sanitarios del mundo.
«Cada vez será mayor la demanda asistencial en patologías psiquiátricas, crónicas o con dolencias de larga duración», dicen en el Inibic de A Coruña. Por suerte, según un estudio de Telefónica y IESE (ES) de hace un par de años, el 70% de los enfermos crónicos y el 80% de los médicos estarían dispuestos a recurrir a la eHealth. Además, según el informe “Health Wearables: Early Days” (EN) de PwC las tres primeras prácticas por los usuarios están relacionados con la salud: un 77% está interesado en ‘información relativa al ejercicio físico’; un 75% en ‘recogida y seguimiento de información médica’; y un 67% en ‘mejorar la dieta’.
Estas tecnologías deberían ayudarnos a democratizar la medicina, en tanto en cuanto el seguimiento del paciente puede hacerse 24/7, encontrando hábitos y patologías que hoy en día deben suponerse en base a las respuestas del mismo, cuando no en base a los resultados de las pruebas (es decir, a posteriori). Un entorno que a priori reduciría considerablemente el gasto médico, tanto del lado de la industria como del ciudadano.
Esto es crítico para entender su importancia, habida cuenta de que la medicina se basa en el tratamiento de enfermedades, y salvando muy contados casos (como el de las vacunas), no en su prevención.
Y sin embargo, son aún pocos los centros que de una u otra manera utilizan los wearables como un apoyo remoto a su trabajo (ES), incluso en casos crónicos ya constatados.
¿A qué es debida esta asincronidad?
Hay varios criterios a considerar, que resumiría en los siguientes:
- Falta de cultura, cuando no de conocimientos: La carrera de medicina no instruye en profundidad en el uso y tratamiento de datos. Muchas de las universidades cuentan con un plan de estudios en el que únicamente incluyen una o dos asignaturas de estadística aplicada, delegando el grueso del plan en la consecución de unos conocimientos que les vienen auto-impuestos, sin fomentar la postura crítica y el análisis basado en factores exógenos. A esto se juntan las limitaciones habituales de un entorno tecnológico, que impacta habitualmente primero en la sociedad, para luego trasladarse paulatinamente a industrias más tradicionales, como es en este caso la médica, y como hemos visto en numerosas ocasiones con la académica. Al final, esto hace que buena parte de los médicos en activo no tengan los conocimientos ni para ser críticos a la hora de aconsejar el uso de X o Y producto tecnológico (es normal, hasta ahora no era de su ámbito), ni para afrontar un análisis de datos que no está tan limitado como lo está en un entorno médico controlado (análisis de sangre, ecografía,…).
- Fiabilidad: Algo de lo que ya hablé en profundidad recientemente. A fin de cuentas, estamos ante productos de electrónica de consumo, cuyo margen de error es ostensiblemente superior al aceptable en la electrónica médica. No hay más que probar dos pulseras cuantificadoras distintas para darse cuenta que cada una obtiene resultados ligeramente distintos. Algo que para un uso personal es aceptable (lo que debería interesarle es el seguimiento, no los datos en bruto), pero que entra en conflicto cuando lo segundo es tanto o más importante como lo primero.
- Validez: Presuponiendo que pudiéramos tomar como fiable uno de estos productos (o a fin de cuentas, aceptar que sus respuestas son el estándar de la industria), aún nos faltaría fijar un sistema de medición estandarizado, con toda la complejidad que ello supone. Ya nos cuesta decidir dónde están los límites cuantificables entre una persona sana y una en riesgo de problemas para unos muy limitados atributos (hierro, colesterol, triglicéridos,…), como para sacarnos de la chistera en cosa de un lustro un sistema semejante que englobe el big data de variables cuantificables por estos chismes.
Hablamos de tres fuertes limitaciones para el auge de estos dispositivos en la medicina, algunas de ellas difícilmente salvables. Claro está, hay un interés humano (y también económico) en que esto siga adelante, por lo que seguramente veamos nuevos acercamientos a eso del “seguimiento remoto del paciente” en los próximos años, pero me atrevo a decir que su ámbito será profundamente reducido (obesidad, problemas cardíacos, seguimiento de trastornos mentales,…), no de ámbito generalista.
¿Cuál debería ser papel de los wearables en el entramado sanitario?
Donde sí creo que hay potencial es en la educación de la sociedad en hábitos saludables.
El tener un feedback instantáneo de algunos KPIs propios, y sobre todo, el ser capaz de comparar los resultados de hoy con un historial pasado, dota al usuario de estas tecnologías de una suerte de retroalimentación que quizás le anime a superarse o mantenerse en unos hábitos que de otra manera seguramente abandonara a la tercera de cambio.
No es por tanto un elemento médico per sé, sino más bien un asistente que vuelve real criterios que hasta ahora eran meramente abstractos (debe caminar más, debe comer más sano, debe…).
Siempre en su justa medida, claro está, ya que el ostracismo de los datos pueden acabar por llevar a una persona a auto-diagnosticarse enfermedades basadas en mediciones que recalco, ni son válidas por sí mismas, ni cuentan con la fiabilidad suficiente como para, hoy en día, emitir diagnósticos.
Pero que por escasos 20 euros tengas acceso a una suerte de cuantificación personal, que haya proliferado como nunca antes esa cultura que empuja a un porcentaje de la sociedad a requerir productos alimenticios más sanos, y que todo ello se haya empaquetado para su fácil consumo por alguien sin conocimientos médicos mediante el uso de apps, debería conducirnos a una sociedad ineludiblemente más saludable.
Lo cual, a su vez, nos llevará a una sociedad cada vez más vieja. Pero bueno, que ese tema ya se me escapa del ámbito de esta pieza :).