Internet resulta molesto para la industria tecnológica. El HTTP nos ha permitido democratizar el acceso a la información, pero en el futuro (al menos cercano), donde está el negocio, no es en Internet, sino en las stores.
Y sobre esto no es la primera vez que hablo, y previsiblemente no será la última.
Estamos viviendo una verdadera guerra por posicionar artificialmente toda la industria del contenido en el mundo app, y alejarlo de paso de Internet.
Que todavía los navegadores sean una pieza crítica de la experiencia no es más que un efecto secundario del habitual inmovilismo del resto de elementos de la cadena (productores y consumidores incluidos). Que por suerte, la mayoría de contenido sigue estando en la red.
¿En juego? Una verdad a medias. Sacrificamos libertad a cambio de experiencia de usuario, lo que no estaría mal si la balanza no se tornara cada vez más hacia la segunda.
Apostar por el mundo de las stores es apostar por un escenario en el que el pez grande SIEMPRE sale ganando. Un escenario profundamente controlado, para bien y para mal, en detrimento del brote alternativo y descentralizado que ofrece la WWW.
Hablaremos en este artículo de la estrategia que está llevando a la industria a desprestigiar la web en favor de este nuevo mercado de las comisiones y los porcentajes, y de cómo ello nos dirige ineludiblemente a un entorno digital menos rico en contenido, y más dependiente de unas pocas figuras.
El campo de batalla, el móvil
Que todos los sistemas operativos móviles basados en web hayan, hasta cierto punto, fracasado, es un hecho. Por esta y por otras razones, pero casualmente con la irrupción de los smartphones pasamos de un escenario que apuntaba hacia la descentralización del contenido a uno centrado en la experiencia en Stores.
Dicho de otra forma, de una foto en la que la información estaba accesible por cualquiera con acceso a la red, pasamos a otra en la que la información se canaliza adecuadamente por unos intermediarios, convenientemente comisionados, y que además hacen de jueces y verdugos de lo que allí se puede o no consumir.
En las primeras versiones del iPhone no había navegador. El navegador era una herramienta de la era PC, y en el móvil no interesaba.
Acabó haciendo de tripas corazón y aceptando que los smartphones deberían ser a efectos prácticos una evolución del mundo de escritorio, con sus peros y sus contras, pero lo hizo a su manera, permitiendo que únicamente existiera un único motor de renderizado web en sus dominios: el de Safari.
La razón no es desconocida por todos nosotros: El negocio de Apple no está en la web, y nunca lo ha estado, por lo que se puede permitir ser el Caballo de Troya de la industria, posicionándose del lado de los usuarios cuando permite la instalación de adblockers como supuesta respuesta a ese abuso de publicidad móvil.
Y razón, como en su día dije, no le falta. Que aunque la web siga dependiendo del mundo publicitario, hay maneras y maneras que esto no interfiera negativamente con la experiencia a los mandos de un móvil.
Aún así, y de paso, se ataca a la web donde más duele (en su modelo de negocio), y se favorece el surgimiento de servicios como News (ES) que, con la excusa servir contenido inmediato, sí son monetizables por los de la manzanita, al pasar esta por su App Store, y al servir publicidad que puede ofrecerse única y exclusivamente por su plataforma de publicidad digital.
Pero poner de ejemplo a Apple es sencillo. Vayámonos por tanto a otros cuyo modelo ha estado históricamente pegado al navegador y la web, como es Google y Facebook.
De la primera, no hay duda alguna. El modelo de negocio de Google sigue siendo la publicidad en internet.
¿Cómo encaja esto con esa aparente necesidad de matar las conexiones HTTP? Muy sencillo, mediante el indexado profundo de contenido. El que a cada paso (y ya van cuatro etapas), los tentáculos de Mountain View tienen cada vez mayor acceso a la indexación de contenido alojado en los hasta ahora jardines vallados del mundo app.
Que Google Play es un negocio redondo es innegable: Se cobra una comisión de todo lo que pase por allí, además de tener un control de qué y qué no se puede consumir. Además de ofrecer un conjunto de APIs que casi empiezan a ser obligatorias para desarrollar en su plataforma, y que paradójicamente, son propiedad de la empresa.
Esto sin hablar de cómo el navegador de la compañía está intentando por todos los medios volverse más un sistema operativo. Primero con las extensiones (convenientemente alojadas en un market, ya sabe…), más tarde con ese intento de trasladar una especie de menú inicio a la barra de tareas, y por último, con la evolución de Chrome a Chrome OS, auténtico baluarte ejemplar de cómo un sistema operativo basado en web puede además estar encorsetado entre los límites que fija una única compañía.
Y si nos vamos a Facebook, encontramos más de lo mismo. Su aplicación es el mayor campo de prueba de estrategias de retención y alejamiento del mundo web. Incluso los propios enlaces externos se abren ahora en la misma aplicación, en una suerte de sandbox de navegador capado.
Los últimos pasos en pos de afianzar un futuro sin internet pasan en la red social por servir como hace Apple contenido inmediato sin «salir» a ese navegador interno de la app (ES).
Que todo lo que se consuma se haga dentro de sus fronteras, pasando los filtros oportunos, dependientes por completo de sus algoritmos de recomendación, y lo que es mejor aún, bajo su plataforma de publicidad, que es la única aceptada.
Consumo de contenido alejado de Internet
Todas estas medidas en pos de un futuro tecnológico alejado de Internet. Una manera de decirle a los creadores de contenido que no, que ya no deben tener un hogar donde alojar su contenido (ES), sino que deben hacerlo en plataformas como Youtube, en apps que son indexadas por los buscadores, y en herramientas que la empresa de turno sirve a modo de blogs encapsulados dentro de su propio ecosistema.
Todo son ventajas para todos: Las empresas ganan más, el productor accede a mejores herramientas y mejores maneras de monetizar su trabajo, y los usuarios consumir el contenido desde un mismo sitio.
Por el camino, obviamos que esto repercute en una pérdida de flexibilidad. En que el control ya no está en el lado del productor o del consumidor, sino en el del intermediario. Que hoy en día todo son beneficios económicos para el productor, pero que el día de mañana será una cruz por la que hay que pagar (como ocurrió con el alcance orgánico en las páginas de Facebook).
Y sobre todo, porque con ello se pierde el principal valor que la tecnología nos había ofrecido: la capacidad de acceder a contenido bajo una plataforma democrática, neutral y descentralizada.
Hola Pablo, todo ok, sólo entro para comentarte que abusas mucho de las negritas y consigues efecto contrario al deseado.
Saludos
Pues muchas gracias por el feedback David. Son cosas que desde dentro suelen pasar desapercibidas.
Intentaré contenerme :).
Saludos!
Perdona, el iPhone lleva navegador web desde el primer día, de hecho la tecnología de navegación esta bastante desarrollada en cualquier plataforma, quizá el problema para los que tienen que ganarse la vida con el contenido es que el actual sistema http no protege los contenidos, y cada vez que se habla de drm muere un gatito, mientras esto sea así es lógico que el imperio, la resistencia y cualquiera que trabaje en el sector prefiera usar Apps que le permitan proteger su esfuerzo.
Un saludo.
No sé, a mi me da que la filosofía de compartir \»contenido\» está extendida, mientras que en cualquier otro ámbito se cambia un poco el chip. Es extendida la moralidad que entiende la cultura como algo que debe ser compartido a toda costa, que el derecho a su difusión está por encima del lucro; pero esas intuiciones pierden fuerza cuando pasamos al plano material. Y cuando alguien propone que un panadero debería repartir las barras de pan que hace sin cobrar, se empieza a hablar de vagos y de que el mundo se iría a pique. Es normal que existiendo esa doble forma de funcionar afloren sentimientos de injusticia. ¿Pero qué es lo injusto? ¿Que no se comparta en la calle, cuando se comparte en en Internet? ¿O que no se cobre en Internet, cuando también se cobra en la calle? Así, se puede ver al Imperio como el que pone coherencia y lleva las cosas a su curso natural (oh, el discurso de la leyes económicas naturales), o se le puede ver como un malo malísimo que retrasa la libre evolución cultural de la raza humana.
No sé si estoy comparando dos ámbitos que no se pueden comparar, pero a mí es la sensación que me da. Entiendo al que propone que se cobre por todo en Internet (aunque sea de forma indirecta) si cree que hay que cobrar por el trabajo; entiendo (y simpatizo) con los que se posicionan en el lado contrario, en el de compartir en todos los ámbitos; pero lo que no entiendo son las posiciones intermedias, las de que unos cobren y otros no, las de compartir solo algunas cosas.
Buena reflexión Anonxisec.
Ten en cuenta que podría haber posiciones intermedias. Por ponerte un ejemplo, esta página no tiene publicidad porque un servidor no quiere ponerla. Debido a ello, estoy perdiendo dinero, pero es que no es mi objetivo vivir directamente de eso.
Ahora bien, entiendo que para un medio que tiene contratado redactores, sea necesario monetizar su trabajo. Es solo cuestión de los objetivos marcados.
Pues no es que andes desencaminado anonxisec, aunque hay un gran pero, en el mundo material el «contenido» es una mezcla de trabajo y materiales. Al panadero de tu ejemplo igual no le importa levantarse a las 3 de la mañana y hornear pan hasta las 7 y regalar todo ese trabajo a la comunidad, más el amasado previo claro. El problema es que eso no lo hace gratuito, porque el pan no está hecho solo de trabajo, sino además de harina, sal, azúcar, especias, etc.
De igual modo, las descargas requieren de servidores, que tienen coste, consumo eléctrico, redes de transporte eléctricas y de datos, nodos de transmisión nacional e internacional, CDNs y proxis de cache, etc.
Vamos, por no complicarlo, que una cosa es que uno quiera donar su tiempo, si tiene ingresos por otro lado y otra muy distinta obviar los costes de las cosas, más visible en las cosas materiales que en las digitales. Sigamos con tu ejemplo, si a mí no me gusta el pan pero si las pulseras, por qué no regala el joyero sus pulseras de oro?
No es por salir del tiesto, pero estoy más de acuerdo con tu postura de cobrar por todo, directa o indirectamente, por qué todo tiene coste y valor. A partir de ahí cada uno puede reducir el coste renunciando a su parte, pero no como una imposición del formato. Además, cobrarlo todo no significa caro o barato, hay formas de normalizar todo ese «contenido» sin perjudicar al usuario.
Un saludo.
Claro, la cosa es complicada. Aunque se tenga la firme creencia en que el trabajo debe ser remunerado, se pueden dar muchas circunstancias. Un profesor, por ejemplo, puede decidir irse de voluntario a alfabetizar a algún lugar al que se le necesite. Lo cierto es que las personas podemos sacrificarnos o anteponer algunas cuestiones sobre otras. El voluntario puede decir “bueno, la situación geopolítica y económica es complicada, y no va a haber profesores para esos niños, así que creo que lo correcto es ir y ayudar, aunque no vaya a cobrar nada”; un poeta puede crear un blog de poesía en Internet y colgar allí todas sus obras en lugar de publicar un libro, porque eso es lo que más le llena en esta vida; y un agricultor puede donar la mitad de su cosecha para comedores sociales. Todas estas decisiones son compatibles con la creencia en que si alguien realiza un trabajo, lo justo es que reciba un dinero por ello (entre otras cosas, son todas ellas decisiones voluntarias). Lo que no sería coherente, por ejemplo, es que alguien fuese obligado a ir de voluntario forzoso a algún lugar remoto. Lo que quiero decir con todo esto es que nuestras acciones, en el plano de lo moral, tienden a justificarse, a ser coherentes con nuestro sistema de valores y creencias.
Cuando digo que no entiendo las posiciones intermedias, lo digo porque el discurso que percibo cuando se habla de compartir contenido en Internet no intenta compatibilizarse ni justificarse con la creencia en el trabajo remunerado. El pirateo de películas no se percibe como un robo que se justifique de alguna manera, simplemente no es un robo. Cuando alguien logra quitar el DRM de un libro, luego lo difunde con orgullo. Es más bien todo lo contrario, es como si Internet se entendiese como una especie de megacomuna virtual; como si los contenidos pasasen a ser legítimamente comunes desde un principio. Es por esto por lo que entiendo que se está jugando un doble juego dentro y fuera de la red.
Y fíjate que tanto tú como Manuel tenéis toda la razón del mundo en vuestras opiniones.
Está claro que el formato al que ha tirado la red de redes es incompatible, al menos para cada vez un porcentaje mayor de productores.
El problema radica en cómo encontrar un equilibrio que por un lado alimente esa necesidad, sea lo suficientemente flexible para adaptarse a las necesidades diametralmente opuestas que se pueden dar, y además, que con ello no se rompa la hegemonía de neutralidad que a nivel puramente social nos interesaría mantener.
De ahí que la publicidad siga siendo la mejor manera de monetizar la mayoría de negocios. Pero eso sí, una publicidad no invasiva, que aporte valor (como puede aportar un artículo o vídeo patrocinado) y que no lo reste. Una publicidad bien llevada, a fin de cuentas.
Y ojalá propuestas como las que ya están triunfando por algunos derroteros, como el micromecenazgo, salgan adelante. Por cierto, que un servidor lo tiene implantado en esta Comunidad (ES), y aunque ni de lejos da para vivir, es un principio que me permite estar más cerca de los lectores, aportarles más, a cambio de que sientan que su donación sirve para algo.