Fíjate, una de las cosas que más nos quejamos de los portátiles “carillos” como pueden ser los macbook de Apple, es que la compañía parece que no se dignaba a ponerles una cámara en condiciones.
Que oye, en un dispositivo que te ha costado 300-500€, pues lo entiendes. Pero cuando pagas 1.500€, quizás (solo quizás) esperas que la cosa cambie.
Sobre esto, es cierto que los últimos Macbook Pro con la cámara de 1080p HD prometen. Al menos, son un pequeño salto de fe frente a todo lo visto anteriormente.
¿Y si quieres más? Pues te compras una webcam de streamer, o ya puestos, colocas de mala manera tu iPhone detrás de la pantalla rezando para que no se caiga (o comprando un adaptador que vale un ojo de la cara) y utilizas la cámara del iPhone como webcam gracias al milagro de la integración de iOS/MacOS.
Vamos, que tienes opciones para dar y tomar.
¿El problema?
Pues que quizás, con un pepino de cámara, te des cuenta de que el resultado, que en efecto tiene muchísima mejor calidad, te es contraproducente.
¿La razón?
Pues porque ni tú eres Angelina Jolie, ni yo soy Brad Pitt.
Que somos feos, vaya. O al menos, del montón.
Y a más resolución, más se nota.
Los milagros de una resolución comedida
Esto pasa exactamente igual que con el cine.
¿Te has parado a pensar en por qué las películas antiguas remasterizadas pierden parte de su atractivo?
¿Por qué, de pronto, es necesario meterle filtros “cinematográficos” a las producciones que salen en formato 4k?
Todo esto se debe a que el grano, ese artefacto debido a las limitaciones de las cámaras de antaño, y a los sistemas de pos-producción analógicos, ofrecen en sí una suerte de máscara que históricamente hemos asociado con el cine.
De ahí que si vemos El Señor de los Anillos en 4K, haya momentos en los que nos parece estar viendo una telenovela.
El darte cuenta que hasta el bueno de Légolas tiene granos, le quita una parte de la llamada “magia del cine”.
Exactamente igual que nos pasa cuando nos enfrentamos a un videojuego de la época de Nintendo 64 o PlayStation. Y pongo de ejemplo esta generación ya que fue la primera que apostó en serio por el 3D.
Como ya expliqué en su día, tanto las limitaciones de los motores de renderizado, como también las pantallas de tubo que todos teníamos por casa, permitían a los desarrolladores jugar con una perspectiva y unos vacíos que, al transportarlos a monitores planos actuales, y sin limitaciones técnicas de ningún tipo, se sienten todavía más añejos si cabe.
Que no hablamos solo de las mecánicas de juego, sino de lo que nuestro ojo ahora ve como artefactos dañinos (algo falla), y que en su día ocurría justo lo contrario (éramos nosotros quienes de forma totalmente natural e inconsciente en nuestro cerebro uníamos los puntos para que todo funcionase visualmente).
Pues me temo que con las videollamadas, y en particular con las webcams, está pasando lo mismo.
El paulatino cambio que estamos experimentando con la llegada de webcams integradas HD facilita el que todas esas imperfecciones que tenemos por ser simplemente humanos ahora se vean también en las reuniones de equipo y en las clases a las que asistimos.
De pronto, ese “filtro” debido a las limitaciones de resolución, desaparece, y parecemos más, a ojos de quien nos ve, como los actores imperfectos de una telenovela televisiva. Cada grano, cada punto negro, cada pelo, se ve con claridad.
Seguimos siendo los mismos, pero es que ahora nuestro interlocutor nos ve a mayor resolución, como mayor detalle.
Y ojo, que no es algo intrínsecamente malo.
Simplemente que de ahí vienen la mayoría de quejas actuales con las webcams de los nuevos dispositivos.
Sencilla y llanamente, nos hemos habituados a una imagen de nosotros filtrada. Al principio por las propias limitaciones del hardware, y más adelante, gracias a las redes sociales, por los filtros de belleza que nuestra cámara y/o la red de turno aplica.
Con la mayoría de webcams actuales estos filtros ya no están. Y lo que vemos es solo un reflejo de nosotros mismos, tal y como somos, y a una resolución en concordancia con la resolución de la mayoría de monitores, lo que agudiza el reconocimiento de fallos (recordemos que nuestra vista está muy especializada en reconocer las imperfecciones, ya que es la manera más económica de identificar diferentes sujetos).
Así, se junta los beneficios de una tecnología más avanzada… con la asombrosa capacidad biológica de reconocimiento de patrones que tenemos, heredada precisamente de nuestro cerebro reptiliano, y que tenía como objetivo principal el asegurar la supervivencia (es crítico en medio de una sabana que nuestros antepasados reconocieran un rostro de un dientes de sable, es decir, una anomalía visual, entre el paisaje estable de un follaje natural).
La única diferencia es que ahora estas dos cualidades juegan en nuestra contra, haciéndonos menos atractivos (más identificativos) frente al resto de participantes en una reunión.
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