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Era cuestión de tiempo, y ha acabado por pasar.
Según un estudio de Pew Research (EN) realizado entre julio y agosto de 2018, en Estados Unidos las redes sociales ganan a la prensa escrita en papel, por primera vez, como fuente de información más usada, quedando en porcentajes como la tercera opción:
- 49% se informa mediante televisión.
- 28% mediante webs de noticias.
- 20% mediante redes sociales.
- 18% mediante periódicos y revistas impresas.
Sobra decir que las redes sociales han ido robando números a los otros tres canales principales, que llevan varios años de caída, siendo el más exagerado el caso de la televisión (del 57% en 2016 al 49% de este año).
Y lo más interesante del tema, a mi modo de ver, es la distribución por franjas de edad, donde se ve un cambio aún más drástico:
Los jóvenes (entre los que al parecer me incluyo, aunque supere por un par de años el límite) apenas ven televisión (yo no la veo nada), no compran periódicos de papel (yo solo lo compro cuando sale publicado algo mío) y consumen poca radio (un servidor casi exclusivamente podcast) y prensa online, quedando el grueso de información por redes sociales (en mi caso sería la prensa online y los blogs por encima).
En cambio, los mayores se informan prácticamente por televisión y prensa escrita, siendo anecdótico el uso de redes sociales.
Considerando que por simple relevo generacional la primera gráfica es la que más se acercará al consumo medio de aquí a unos años, conviene plantearse varias cosas:
- Estamos utilizando las redes sociales para lo que no son: Fueron creadas para estar en contacto con nuestros familiares y conocidos, no para estar bien informados. Y por ende…
- Se basan en criterios que tienen más que ver con la viralidad que con la rigurosidad: Aunque es cierto que el mundo periodístico deja mucho que desear en cuanto a profesionalidad, y que las líneas editoriales de un canal son al final las que dirigen la información que suministra a sus espectadores, al menos tenemos claro que existe una línea editorial específica, y por tanto, aunque sea inconscientemente, aceptamos que estamos consumiendo información creada por gente que opina como nosotros. En redes sociales esto se difumina, pero la línea editorial, como ya he explicado en más de una ocasión, sigue estando presente a nivel algorítmico.
Y me autocito:
Esas armas del demonio (redes sociales) decidieron anteponer la neutralidad por encima de la comodidad de una línea editorial marcada, pese a que en efecto, eran también agregadores de contenido.
O mejor dicho, la idea era marcar la línea editorial del contenido que cada usuario consume según la afinidad que tiene ese contenido en el resto de sus amigos/followers, y en las acciones que la plataforma es capaz de cuantificar del uso que le da el propio usuario (acciones de apoyo o de rechazo a X contenido, tiempo de consumo, posición del ratón o los dedos, historial de comparticiones,…).
Y en esa nueva etapa dorada (y molesta) en el que el usuario tiene que enfrentarse alguna que otra vez a contenido que le hace pensar, surge un nuevo halo de esperanza.
Los algoritmos que rigen qué consumimos y qué no, están, afortunadamente, creados por trabajadores que tendrán una mentalidad X, y que como comentamos en su día, aunque sea a nivel puramente inconsciente, trasladan a sus creaciones, volviendo al algoritmo racista, cuando no simplemente no neutral.
Lo cual me deja un mal sabor de boca. Porque solucionar el problema de las fake news no algo ni mucho menos sencillo.
Y para colmo es cr´ítico a la vista de estudios como éste, ya que sin una buena información somos meros títeres de quien quiera que mueva los hilos.
Como de hecho, ha estado ocurriendo estos últimos dos años a nivel político.
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