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Negocios Seguros

how to data mining

Llegaba estos días de pura casualidad a un artículo publicado en enero en Vice en el que un periodista de este medio pagó para ver si un cazarrecompensas era capaz de rastrear su localización (EN).

¿El resultado? Por unos 300 dólares, el cazarrecompensas tardó apenas unos días en localizarlo.

Sobra decir que seguramente el periodista tenía una huella digital dilatada. Las redes sociales han democratizado la identificación de objetivos de una manera que difícilmente en algún otro momento de la historia hemos tenido. Pero además, me resulta muy interesante ver cómo estos profesionales de la seguridad privada han ido paulatinamente evolucionando sus técnicas, adaptándose a un entorno en el que los datos digitales están al alcance de cualquiera y son profundamente valiosos para sus labores.

Sin ir más lejos la gran mayoría de compañías tecnológicas revenden nuestros datos. Y en el saco ya no solo meto a las over the top, que al menos cuentan (en algunos casos, ejem ejem) con unas plataformas de explotación de datos con garantías de anonimización, sino también a las operadoras.

Porque ya no estamos hablando únicamente de que el Facebook de turno es utilizado para lanzar monsernas propagandísticas de forma indiscriminada, sino que esas compañías que a día de hoy nos suministran la red (un servicio por el que YA ESTAMOS PAGANDO) están, de paso, revendiendo nuestros datos de geoposicionamiento al mejor postor (EN).

Y claro, entre sus compradores están otras compañías de servicios, pero también gobiernos y particulares como este cazarrecompensas, que han encontrado la gallina de los huevos de oro en el parasitismo de los bajos fondos de Internet.

Que el tema daría para hablar largo y tendido. Porque como ya he explicado en más de una ocasión, el debate sobre la privacidad va bastante más allá de lo que a priori piensas.

Que estas bases de datos bien cruzadas pueden permitir, por ejemplo, a un gobierno localizar terroristas (o manifestantes) y aplicarles todo el peso de la ley… sin pasar por los juzgados.

Sin pedirle permiso vía legal a la operadora o la over the top de turno para acceder a los registros de X usuario. Simplemente porque de esta manera no estamos ante una petición judicial (sujeta a decisión de un órgano que se espera neutral y que tiende a ser bastante lento en sus conclusiones), sino ante un simple acuerdo comercial (yo te pago a cambio de un producto, que son los datos de tus clientes).

Y es que una vez que abrimos la veda, aunque sea bajo estrictos controles de seguridad y con sistemas de anonimización lo más avanzados posibles, los datos en la calle pueden acabar en cualquier mano.

Que afortunadamente la amplia mayoría de esos compradores van a quedarse únicamente con las migajas del valor real que tienen. Se necesita conocimiento y buen quehacer para sacarles el jugo(recuerda que el petróleo del siglo XXI son los algoritmos, no los datos), pero basta con que alguien tenga unas cuantas nociones de estadística, y sobre todo, mala uva, para que todo se vaya de madre.

Lo demostraban no hace mucho unos investigadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y de la Catholic University de Louvain, analizando «tan solo» una base de datos de esta comprada a operadoras que tenía la información de geoposicionamiento de 1,5 millones de personas durante 15 meses.

Fueron capaces de obtener patrones de hábitos de los susodichos tan solo con universos tan pequeños como tener cuatro registros aislados e identificativos de la persona.

Es decir, que con cuatro localizaciones el porcentaje de éxito a la hora de identificar a un ciudadano era ya alarmantemente alto (EN).

Ahora aplica todo esto a las aspiraciones censoras y controladoras de un gobierno, a las ansias tácitas de algunos colectivos por imponer su ideología sobre otra, y como no, a la caja de herramientas de un grupo terrorista, y tienes el caldo de cultivo perfecto para que más temprano que tarde algo nos acabe explotando en la cara.

Que espero equivocarme, pero que se lo digan si no a los escasos descendientes que aún quedan con vida de los judíos holandeses de antes de la segunda guerra mundial

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