gentrificacion

Ya hace unos cuantos años hablamos por estos lares del fenómeno de la gentrificación que está viviendo el Valle del Silicio con la irrupción en apenas un par de décadas de emprendedores y, en líneas generales, perfiles técnicos, cuyos sueldos y modo de vida está desplazando a algunos de los históricos habitantes de la bahía de San Francisco.

Ten en cuenta que lo habitual es que los ciudadanos de un barrio tengan un nivel adquisitivo relativamente semejo, lo que por tanto define el nivel de vida necesario para vivir ahí (establecimientos, alquileres, ocio…). Si en poco tiempo, por algún factor exógeno, hay un grupo lo suficientemente grande de personas que irrumpe en un barrio con un nivel adquisitivo distinto (mayor o menor), el nivel de vida cambia para todos, y si como es el caso hablamos de trabajadores jóvenes (la mayoría menores de 40 años) que pertenecen al mismo sector (tecnología en este caso) y que para colmo tienen una renta per cápita varias veces superior a la gente de la zona, parece normal pensar que la mayoría de establecimientos vayan paulatinamente adaptándose a esta nueva oportunidad, y con ello, desplazando a la gente que vivía allí al ser incapaces de afrontar ese aumento de precios.

Y está pasando en mayor o menor medida en muchas grandes ciudades con el efecto secundario de la economía colaborativa.

El doble pensar de servicios como Airbnb o Glovo

Partamos de la base de que quien escribe es un firme defensor de este nuevo paradigma de acuerdos entre pares.

Que vaya, no voy a ser yo precisamente el primero en tirar la piedra contra algo que entiendo es la evolución lógica del mercado. Si en su día, por limitaciones propias de la sociedad, debíamos delegar en la arquitectura tradicional de una organización (empresa, administración pública) los servicios y demandas de la ciudadanía, es lógico esperar que con las nuevas tecnologías y su capacidad para ofrecer un ecosistema comunicativo muchísimo más universal y democrático, volvamos, plataformas de intermediación en mano, a devolver la potestad de suplir esas necesidades al propio pueblo.

Lo que no significa que tengan que desaparecer las organizaciones tradicionales. Uber o Cabify podrían cohabitar perfectamente con el taxi, Blablacar con el transporte interurbano, y en el caso que nos compete, Airbnb con hoteles y todo el tejido de alquiler de pisos.

La cuestión, claro, es definir los límites en los que pueden unos y otros operar. Sin caer en el error de premiar a unos sobre otros.

Para un servidor el movimiento del gobierno de Barcelona prohibiendo a Uber trabajar (ES) es, como decía, un despropósito, ya que con ello se dan menores garantías de trato justo a sus ciudadanos (los taxis no tendrán competencia, y eso en cualquier mercado es algo estrictamente MALO).

Por otro lado, parte de la decisión de Madrid de definir qué es un piso que de vez en cuando se alquila por una plataforma como Airbnb, de otro que directamente quiere competir de forma deshonesta con un hotel, se me antoja bastante adecuado (ES).

Si el piso está alquilado menos de tres meses al año, se entiende que esto es economía colaborativa.

Pasado ese límite hablamos de una actividad comercial, y por tanto, tienes que cumplir una serie de requisitos, que son bastante parecidos a los de cualquier otro hostal.

Con esto, y aquí engancho nuevamente con el tema tratado, se ataca a uno de los efectos nocivos de la economía colaborativa, que es el desplazamiento de sectores de la sociedad.

Resulta muy pero que muy cómodo pedir tu desayuno todos los días por Glovo (créeme que tengo amigos que lo hacen), pero hay que ser consciente de que para que algo así sea posible, tiene que existir una desigualdad tal que trabajadores mileuristas puedan permitirse subcontratar ese servicio a otros que todavía están en peor situación, creando un bucle nocivo.

En el caso de Airbnb, y de nuevo, en ciudades tan turísticas como Barcelona o Madrid, se corre el riesgo de que esos falsos «trabajadores» de economía colaborativa sean, como está ocurriendo, inversores que compran espacios habitables como modelo de negocio. Espacios que en teoría han sido diseñados para que vivan los ciudadanos de esa ciudad, restando por tanto artificialmente la oferta de pisos, y por ende, aumentando la media del precio por metro cuadrado (misma demanda menor oferta, ergo más caro).

Y teniendo en cuenta que el nivel adquisitivo de los usuarios de Airbnb es medio, medio/alto, lo normal es que los barrios con un porcentaje significativo de pisos Airbnb aumenten su nivel de vida de forma desproporcionada en poco tiempo, desplazando, como ocurre en San Francisco con el sector tecnológico, a sus anteriores habitantes.

De cuando tu pueblo se transforma en el destino turístico de los jubilados de otro país

Otro caso que me ha llamado mucho la atención últimamente es el de Ibiza. Y es que las casas en venta en Ibiza (ES) han aumentado exponencialmente su valor de mercado en muy poco tiempo debido al interés del sector de lujo en la isla. Un sector, por otro lado, que cada vez crece más y que amenaza con terminar convirtiendo a Ibiza en un destino únicamente solo accesible para ricos.

Pero, ¿qué tiene Ibiza de especial para que la vivienda de lujo triunfe? Por supuesto, la isla es un destino vacacional que combina algunas de las mejores discotecas del mundo con playas increíbles.

Eso, y que curiosamente la isla se ha posicionado como un referente de lugar para vivir tras el retiro de muchos ingleses y alemanes. Medianas y grandes fortunas que han vuelto su mirada a la isla encontrando allí una especie de paraíso alejado de los climas fríos y húmedos de sus países de origen.

¿Qué conlleva esto? Pues, como es evidente, un encarecimiento del metro cuadrado de la isla, que para construir no es nada abundante, y el desarrollo de cada vez más urbanizaciones de lujo debido al alto poder adquisitivo de estos nuevos compradores (ES).

Para colmo el inversor busca en muchas ocasiones el retiro o la tranquilidad, lo que también está atacando a esas zonas menos masificadas por el turismo (ES).

Vaya, que al final estamos ante el mismo fenómeno de gentrificación. Solo que no dependiente de factores puramente tecnológicos, sino, y por anecdótico que parezca, debido a procesos migratorios de la tercer edad.