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Negocios Seguros

supermercado fruta

Te voy a contar una historia que probablemente, si vives en España, te resulte familiar.

La semana pasada fui a comprar, como hacemos cada dos semanas, la comida al supermercado de una conocida cadena francesa, líder del sector en España.

El caso es que ya iba sobre-aviso. El día anterior, el quiropráctico al que voy cada mes para que intente arreglarme el cuerpo me comentaba que él y su pareja no habían podido comprar leche.

¿Leche? –Le pregunté, sorprendido.

Pues sí. Al parecer la huelga de transportistas y ganaderos, unida a la guerra en Ucrania, ha hecho que este producto básico haya desaparecido de los supermercados. Hemos ido a varios, y lo único que había era leche de almendras y demás sustitutos, además de productos derivados (quesos, yogures…).

Supuse que era cosa de los supermercados de pueblo, pero en efecto, el otro día no había, como te decía, leche para comprar en uno de estos grandes almacenes cercanos a la capital.

Tampoco me va la vida en ello. En casa es Èlia la única que lo toma, y todavía teníamos algunos bricks por la despensa. Y oye, que si no hay leche, pues se bebe otra cosa.

Pero junto a esto, iba temblando tras leer por Twitter (ya sabes, el medio más fiable para estar bien informado, ¡sic!) las drásticas subidas del coste de la compra. De nuevo, Ucrania y huelgas mediante.

Sea como fuere, hicimos la compra, y me di cuenta de que las bananas (que no los plátanos, que de estos tampoco había) estaban a 3 euros el kilo. ¡Tres putos euros el kilo!

Curiosamente, y por eso de que fuimos a última hora, justo antes de ponernos a la cola me fijé cómo el reponedor cambiaba el precio de 3 euros a 1,99€. Parece que el haberlo subido al doble hizo que no se vendieran los suficientes…

Limitaciones en las compras

Pero así llegamos hasta la chica de la máquina, y le comentamos la jugada de la leche.

Ella, que seguramente lleva ya varios días oyendo exactamente lo mismo, nos suelta:

Es algo que no entiendo. Hoy por la mañana vino como siempre el camión para reponer toda la estantería. Pero es que ya había gente esperando para llevarse litros y litros, como si no hubiera un mañana.

El tema, de hecho, me recuerda mucho al que vivimos con el confinamiento y el papel higiénico. De pronto, oye, el papel higiénico era el producto de supervivencia COVID más importante. La gente hasta se peleaba por llevarse el último rollo.

Con una diferencia, y es que al menos el papel higiénico… pues te puede aguantar unos cuantos meses (o años) en la despensa. Pero yo ahora mismo estoy preguntando qué estarán haciendo todos esos chiflados que compraron litros de leche por encima de sus posibilidades.

Y temo estar en lo cierto cuando pienso que esta gente preferirá, en un par de semanas, tener que tirar la leche que por razones obvias no han podido consumir antes de que esta se ponga mala, que el haberla no comprado.

Simplemente porque un porcentaje significativo de la sociedad es gilipollas (en el buen y mal sentido), y se cree todo lo que oye en la televisión, en la prensa, y también en Twitter.

Con lo del papel higiénico, o con lo de la leche o el aceite de girasol estos días, está pasando exactamente lo mismo. Alguien en algún medio ha dado la voz de alarma (lo mismo no hay suministros de X productos para todos porque Y), y como la gente es gilipollas, esa información se ha viralizado generando una suerte de onda de choque del gilipollismo que, en efecto, ha hecho que escaseen estos productos.

Pero fíjate que el problema no es ni lo de Ucrania (aún temprano para notar cambios tan drásticos como este), ni las huelgas de la industria (que, recordemos, deben seguir ofreciendo un transporte y productos mínimos). La escasez la está generando la propia irracionalidad humana.

Y es aquí donde quería llegar, porque estos días el BOE (ES) recoge un decreto ley (ya sabes, actualmente el vehículo regulatorio por excelencia que le permite al gobierno hacer y deshacer sin tener que llegar a acuerdos con el resto de partidos de la oposición) que además de incluir un descuento al combustible (esto, si quieres, lo dejo para otro día) y una subida del Ingreso Mínimo Vital, ofrece el amparo legal para que los supermercados tengan derecho a limitar cuántos productos máximo se puede llevar el comprador.

Es terriblemente lamentable que hayamos tenido que llegar a esta solución. Tratar como niños a la sociedad, porque parece que hay un porcentaje significativo de la misma que es incapaz de algo tan a priori básico como el autocontrol.

Un efecto secundario de esa falta de capacidad crítica que adolecemos como colectivo, y un escenario que nos empuja a ese paternalismo gubernamental y/o corporativo que tanto daño podría llegar a hacer en el futuro.

De verdad que hay cosas que no comprendo. O, mejor dicho, casi preferiría no comprender…

P.D.: Por cierto, que la compra me salió más o menos a lo mismo que siempre. Es cierto que llevamos unos meses de subida generalizada, pero al menos nosotros no hemos notado un cambio significativo este último mes.

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