whatsapp

El 13 de enero del 2015 publicaba un artículo en el que señalaba cómo la tendencia a nivel de sociabilidad digital estaba dirigiéndose ineludiblemente hacia la democratización de lo audiovisual.

Por aquel entonces Facebook era un «simple» timeline repleto de actualizaciones de estado (texto) e imágenes. El hecho de cambiar el chip y enfocarse en el contenido transformaba los hasta entonces perfiles personales en una suerte de canales enfocados a ofrecer contenido a un público elistista. Justo el público que nosotros habíamos proactivamente aceptado que lo viera.

En un perfil personal lo que esperabas era encontrar una suerte de diario de la persona. En el momento en el que la interfaz y las funcionalidades que le ofrecemos al usuario lo dirigen hacia el paradigma de un canal, los objetivos son diametralmente opuestos, más cercanos a los objetivos que habitualmente tienen aquellos que históricamente han acudido a este tipo de interfaces: los medios de comunicación.

Esto significa que ya no solo tienes en tu mano un mero diario personal, sino un medio con una audiencia específica (tus amigos) que demanda de ti una serie de productos basados en la identidad que esa audiencia, y presumiblemente tú mismo, has creado para la ocasión.

Todos tenemos ejemplos en nuestros círculos para aburrir. Desde la típica chica que solo publica imágenes impactantes de animales y/o humanos pasando penurias con el objetivo de concienciar de mil y un causas perdidas, pasando por aquel otro que se dedica sistemáticamente a dejar comentarios irónicos o humorísticos en los perfiles de todo el que le rodea, hasta los que parecen estar obligados por una fuerza superior a bombardearnos con frase célebres/memes de hace varios meses/compartidos de páginas virales.

A diferencia de un perfil, donde cada uno, a priori, expresa su día a día, un canal exige que el usuario se asigne un rol específico y sea consecuente con el contenido que por allí publica. La presión social, con los comentarios y los Me Gusta, sirve en este caso como feedback indirecto que acaba por auto-regular el contenido de la plataforma. Y con él, el contenido que la mayoría acabamos compartiendo.

Este sutil movimiento puede parecer baladí, pero estos días estamos viendo cómo la estrategia de Facebook fijada en 2015 empieza a cobrar una mayor importancia en un escenario que hasta ahora parecía ajeno a esa re-conversión: la mensajería instantánea.

Y vale que WhatsApp Status es lo mismo que lleva años ofreciendo Snapchat (de hecho sobre esto hablaré en profundidad la próxima semana), y vale que antes de llegar a WhatsApp el bueno de Zuckerberg ya se había encargado de llevarlo a Instagram (una red social abierta) y a Facebook (una red social cerrada), pero hay un matiz importantísimo que lo trastoca todo.

WhatsApp no es (o no debería ser) una red social

Los objetivos en uno y otro caso son antagónicos.

  • En una red social los criterios cualitativos y sobre todo, los cualitativos, ejercen de jueces y verdugos a la hora de equilibrar el contenido publicado en ella: Tanto si estamos ante RRSS abiertas como Instagram o Twitter, como si nos vamos hacia entornos más elitistas como Facebook o la antigua Tuenti, nos encontramos con un escenario en el que la valoración de terceros DIRIGE la editorialización del contenido. Si nosotros publicamos algo y ese algo vemos que jamás recibe apoyo por parte de la audiencia, dejaremos de publicarlo… y los algoritmos de recomendación que eligen qué mostrar y qué no a esa audiencia acabarán por ocultarlo, por lo que el efecto es el mismo.
  • En mensajería instantánea estos criterios pierden valor en favor de la inmediatez (obvio) y el propio contenido: Salvando quizás los grupos de plataformas como Telegram o Slack, cada vez más cercanos al paradigma de chat, en una conversación de WhatsApp lo único que importa es lo que se conversa, sin necesidad de acudir a elementos de la interfaz que nos permitan mostrar nuestra valoración. El contenido se muestra en bruto, tal cual se ha enviado, sin pasar filtros, algorítmicos o humanos, de ningún tipo.

Y es aquí donde veo el problema.

A un nivel puramente estratégico, las aplicaciones de Facebook cada vez se parecen más entre sí, lo que por un lado es positivo (genera sentimiento de marca y unidad), y por otro puede llegar a ser contraproducente (si tengo cuatro aplicaciones y las cuatro hacen casi exactamente lo mismo de casi exactamente la misma forma, lo mismo me acabo planteando no tenerlas todas instaladas)).

A un nivel puramente social, temo que el grueso de usuarios de WhatsApp (recordemos que el usuario tipo sería alguien como su madre o su padre, no usted que está leyendo esto y que acostumbra a estar en mayor contacto con la tecnología) no esté preparado para comprender el alcance, y sobre todo, el ámbito de uso que tienen los WhatsApp Status.

Comprendiendo el alcance y el ámbito de uso de los Estados de WhatsApp

A los estados que publicamos con nuestra cuenta podrán acceder por defecto todos aquellos que tenemos en contactos. Esto compete a amigos y familiares, y también a menores, conocidos de una noche y números de personas que por alguna razón en algún momento hemos tenido que agregar para algo.

Y sí, se puede cambiar en Menú de aspa > Ajustes > Cuenta > Privacidad > Estado (6 clicks hay que hacer, que se dice pronto), pero vaya, que YA SABEMOS que cuatro gatos son los únicos que lo van a hacer.

El contenido que publicamos en estos estados debe ser consecuente con el público objetivo y tan sumamente diverso que podemos encontrar en cualquier agenda telefónica. Compañeros de trabajo, gente del trabajo (que lo mismo ni conoces), niños que pueden ser parte (o no) de nuestra familia y un largo etcétera. Un público muchísimo más amplio del que a priori estamos acostumbrados a considerar en entornos como Facebook. Y un público que será notificado cada vez que tenga Estados que consultar.

Pero la parte más compleja compete al ámbito de uso que históricamente le hemos dado a WhatsApp. La información compartida en los Estados no es información privada. Realmente es pública, aunque esté encapsulada dentro de unos límites que marca nuestra agenda y dentro de una aplicación que históricamente hemos considerado de ámbito personal.

Los estados de WhatsApp pueden ser además una fuente de información crítica, como recientemente demostrábamos, a la hora de establecer campañas de acoso y/o phishing dirigido, sencilla y llanamente porque las limitaciones que solemos imponernos en los canales (ya sabe, actuación de un rol específico, carácter difusor…) no las asociamos con un servicio de mensajería.

Y además, son estados efímeros (duran 24 horas)hasta que alguien demuestre lo contrario. No sería la primera vez, de hecho.

Y sí, como cualquier nueva que afecta a una aplicación de este tipo, no tardarán en aparecer aplicaciones alternativas que nos van a asegurar el oro y el moro (vea las actualizaciones de contactos que no le han agregado a usted, oculte sus estados y aun así seguirá viendo los de terceros…), y que engañarán de nuevo a miles de usuarios

Otra vuelta de rosca extra al mundo de la sociabilidad digital que presumiblemente volverá a ser malentendida por los usuarios y tergiversada por la industria.