placebo social

Me avisaba un miembro de la Comunidad este fin de semana de la publicación en El País de la entrevista que le hacía el periódico a Zygmunt Bauman (ES), un sociólogo que hasta ahora era desconocido por un servidor.

Y el aviso es de doble agrado, ya que además de tener en el punto de mira un nuevo perfil al que seguir, me descubría una persona con la que curiosamente comparto, y previsiblemente usted también lo haga, varios puntos de vista sobre temas que no siempre son aledaños.

El artículo es demasiado corto, o quizás sea que me ha dejado con hambre de más, pero este polaco de 90 años me ha demostrado nuevamente que la postura crítica, sobre todo en temas tecnológicos (no creo adecuado el término pesimismo, ya que no se trata de negar el avance sino de esperar que este se haga por las vías adecuadas) es uno de los mayores catalizadores del cambio positivo de la sociedad.

La política del miedo y del gatillo fácil

En él, hablan sobre política, y en especial, sobre esa disociación que llevamos tiempo viviendo en política, con representantes que no nos representan, y abusos que resultan difíciles de comprender.

Además, lo hace desde un prisma crítico con el que reconozco sentirme identificado. Con ese fallo de la democracia, alejándose de los derroteros que en su día le dieron sentido, para adentrarse en una suerte de externalización de las causas. Ahora la política únicamente actúa en corto, parcheando problemas cuyo origen ni comprende ni quiere comprender, y que en todo caso, siempre vienen impuestos desde fuera.

Ya sea esa política española dependiente de la europea. Ya sea esa política europea dependiente de la política internacional. La cuestión es que unos se pasan la pelota a otros, y esos otros a esos otros, para acabar con problemas que son curiosamente ajenos a todos, pero para los que tenemos que tomar acción ya, bajo pena de un mal aún mayor.

Ese estado de terror permanente del que hablábamos recientemente, y que lleva a Bauman a tratar el par seguridad/libertad de una forma que por simplona (a fin de cuentas, la entrevista tiene un formato específico que hay que cumplir), se queda corta.

No, Zygmunt, no siempre sacrificar derechos a favor de seguridad es la única vía de mejorar la seguridad. De hecho, no hay que echar la vista mucho más atrás para darse cuenta de que la mejor solución no suele pasar por esos sacrificios.

Es, además, síntoma precisamente de lo anterior. De esa mirada cortoplacista y conformista. De la campaña a cuatro años vista que lleva a unos dirigentes a centrar esfuerzos en lo menos importante, dejando de lado temas críticos para el porvenir del país y del propio planeta.

Y es un paradigma de solución de problemas que el Sistema (ese mismo que usted tan locuazmente critica) ha instaurado en nuestro colectivo, ya sea mediante la educación (clases magistrales, evaluaciones finales), ya sea mediante la información que consumimos (masticada para que la reproduzcamos y no para que nos ayude a labrarnos una postura crítica).

La innovación estéril

Así llega a la tecnología, y aquí tengo poco que reprocharle.

Desde ese acercamiento al activismo del click fácil, del cual ya hemos hablado en más de una ocasión, pasando por el mito de la evolución a la que la tecnología nos está sometiendo, con ciclos de desarrollo cada vez más cortos y continuo bombardeo de noticias escritas por el equipo de marketing de turno.

Al final, y aunque el señor Bauman haya (por tiempo o por ganas) obviado este punto, no deja de ser herencia de esa cultura industrial del siglo XIX y XX (ES) que aún hoy en día seguimos aplicando.

De ese valor artificial que le damos a la puntualidad (necesaria en su día para mantener en funcionamiento una cadena de producción), a la presencia (ES) (la mayoría de las personas no «hacen su trabajo», «van al trabajo», que es muy distinto) y a la aspiración de prosperar.

Una aspiración generalmente apoyada en la necesidad de cubrir cada vez mayores necesidades, de tener un trabajo que nos permita ganar más dinero para comprar más, y que paradójicamente, suele alejar al individuo de esa búsqueda de la felicidad que todos ansiamos.

Lo decía, de hecho, Steve Jobs, un déspota (y genio) de guión, en la que fueran sus últimas palabras, y consciente de que su cuerpo ya estaba dejando de funcionar:

He llegado a la cima del éxito en los negocios.
A los ojos de los demás, mi vida ha sido el símbolo del éxito.
Sin embargo, aparte del trabajo, tengo poca alegría. Finalmente, mi riqueza no es más que un hecho al que estoy acostumbrado.
En este momento, acostado en la cama del hospital y recordando toda mi vida, me doy cuenta de que todos los elogios y las riquezas de la que yo estaba tan orgulloso, se han convertido en algo insignificante ante la muerte inminente.
En la oscuridad, cuando miro las luces verdes del equipamiento para la respiración artificial y siento el zumbido de sus sonidos mecánicos, puedo sentir el aliento de la proximidad de la muerte que se me avecina.
Sólo ahora entiendo, una vez que uno acumula suficiente dinero para el resto de su vida, que tenemos que perseguir otros objetivos que no están relacionados con la riqueza.

No hay evolución tecnológica. Al menos no tanta, y con tanta premura como se nos presenta mes tras mes en ferias como la del CES de estos últimos días.

La realidad es que muchas de estas innovaciones no son más que acercamientos distintos al mismo problema, y muchos de los problemas que dicen solucionar, no dejan de ser problemas creados por la propia tecnología.

Así llego al tercer y último elemento en discordia de este espejismo digital: el del valor real de las redes sociales.

Un tema que por su extensión trataré en el artículo de mañana.

Sea paciente. Merecerá la pena :).