internet intelectual

Llevo escribiendo en Internet alrededor de 15 años.

Primero con varios foros que cree y administré, más tarde con un blog asociado a uno de esos foros (ya extinto), y desde hace una década, por esta santa página, además de colaboraciones puntuales o periódicas en otros espacios como fue el de SocialBrains o el actual de CyberBrainers.

Por todo ello, no puedo más que autodenominarme creador de contenidos.

Y como la amplia mayoría de creadores de contenido, no he ganado dinero más que estos últimos ¿seis-siete años? Es decir, que he pasado seguramente más tiempo generando contenido sin cobrar por ello, que cobrando.

Para colmo, parece que he llegado un poco tarde al juego.

Ahora lo que se lleva es generar contenido, sí, pero en plataformas de terceros, donde tú como creador eres solamente eso, un productor.

Tiene algo de increíble el hecho de que solo tengas que dedicarte a preparar los vídeos o los textos, que ya hay otro que se encarga de hacer la magia para que la audiencia llegue a donde tú estás.

Y en efecto era demasiado mágico para ser verdad.

¿El problema? Pues el que ya he contado por estos lares en más de una ocasión. La última vez, hace tan solo unos días: Eres esclavo de la plataforma.

Que el mantra de que los creadores de contenido no teníamos jefes es un mero cuento. O bien tu jefe es el algoritmo de recomendación de la plataforma que usas, o bien tu jefe es la audiencia que paga (directa o indirectamente) por consumir tus productos.

Sin embargo, este último modelo es el que ha acabado funcionando por el simple motivo de que estas grandes plataformas son las que hoy en día tienen a la audiencia.

Una audiencia que, en efecto, navega por ese Internet que es libre y abierto. Pero lo hace en servicios cerrados a cal y canto.

Y sí, hablo de Youtube, de Instagram, de Tiktok… De plataformas que han hecho suya una parcela de ese Internet de todos, dictando sus propias reglas, y asegurándose, bajo la dictadura de un algoritmo al servicio de los intereses del negocio de la empresa que está detrás, que su audiencia, y sus creadores de contenido, tienen pocos alicientes para montárselo por otro lado.

¿Que cómo lo han hecho? Usando la típica estrategia del pez que se muerde la cola.

Yo tengo a la audiencia.

Audiencia que está en mi plataforma porque también tengo a los creadores de contenidos.

Creadores de contenido que están conmigo porque yo tengo a la audiencia.

Y pese a todo, hay por ahí, cual irreducibles galos, una pequeña diáspora de renegados que seguimos empeñados con escribir en nuestra propia página. Una página alojada en ese Internet de nadie, como si de una chabola en medio del monte se tratase.

Viejos, intelectuales y locos

El Internet de cuando un servidor comenzó a crear contenido online era muy distinto al actual, y lo era porque por aquel entonces todo eran pequeñas chabolas en medio del monte.

Todos, por tanto, jugábamos con las mismas reglas.

Y con el paso del tiempo, aquellos que lo hicieron mejor, o aquellos que siguieron «erre que erre», siendo pesados, acabaron consiguiéndolo.

Para cuando las audiencias empezaron a encorsetarse bajo el paraguas de X o Y red social, algunos decidieron irse y jugar al juego de las plataformas centralizadas, y otros montaron su chiringuito: una chabola pero con un buen neón que se dejaba ver en todo el monte.

Es la época del surgimiento de los medios digitales. La mayoría blogs reconvertidos a medio de comunicación, ahí donde los medios de comunicación tradicionales seguían con la idea (cierta en aquel momento) de que Internet no daba dinero.

Llegaron también nuevas generaciones con idea de hacer algo distinto a lo que hacíamos los viejos.

Me refiero, cómo no, a esos nativos de las redes sociales. Que si youtubers, que si instagramers, que si TikTokers, que si la madre que los parió.

¿Y sabes qué? Acertaron en algo que los que llevábamos años en Internet no caímos: Que el contenido no importa. Solo importa el entretenimiento.

Así, mientras aquella generación de hace 15 años nos quebrábamos la cabeza buscando el equilibrio entre opinar e informar, llegaron unos chavales que simplemente generaron el mismo contenido que generaba la televisión…, y arrasaron.

A nivel de negocio, cuando todo empezó a generar billetes, nos encontramos con que por un lado estábamos los bloggers, con audiencias limitadas muy especializadas, y por otro los Youtubers, con audiencias enormes generalistas.

Y en marketing, incluso hoy en día, sigue tirando más el dicho de «ante la duda, la más tetuda».

Pues la más tetuda estaba en esa audiencia generalista. Una audiencia a la que quizás tu producto o servicio no le importa una mierda. Pero que, oye, igual que pasa en la televisión, le va a llegar a muchísimas más personas que publicitarse en un blog que leen, con suerte, y en diagonal, cuatro potenciales clientes/usuarios de tu producto o servicio.

Sin olvidar el hecho de que en una plataforma centralizada el anunciante puede configurar directamente el anuncio y aparecer en los canales de cada productor de contenido, sin tener que negociar uno por uno cada formato en cada canal, como pasa con el mundillo blogging.

Que, en resumidas, los de hace 15 años quisimos parecernos al periódico de turno, mientras que las nuevas generaciones de Internet lo hicieron a la televisión.

Mirándolo en retrospectiva fue un claro error. Nos creímos superiores intelectualmente, y este agravio nos ha acabado pasando factura.

La realidad es que hoy en día muy pocos viven DIRECTAMENTE de crear contenido en Internet.

¿Y sabes qué? La mayoría pertenecen a ese segundo grupo de iluminados. Los que dejaron atrás sus egos y simplemente copiaron al canal por antomasia del público generalista: vídeos chorras de entretenimiento y generar marca alrededor del creador.

El resto, o bien han montado su medio de comunicación, y por tanto, compiten ahora con el resto de medios tradicionales ahora reconvertidos tras la crisis del papel en medios digitales, o, como es mi caso, han generado a su alrededor marcas profesionales, donde el negocio no está directamente asociado a la publicación de contenido, sino a lo que ese contenido puede acabar trayendo para ofrecer sus productos o servicios.

Y un servidor lo ha ejemplificado con la evolución que sufrió este proyecto, de no ganar nada con él, a llegar a los cerca de 1.700 € mensuales allá por 2019.

Desde entonces, pandemia por el medio y cualquier otra excusa que quiera poner, lo cierto es que esta facturación ha ido bajando a los alrededores de 700€ mensuales que gano DIRECTAMENTE por publicar contenido en Internet.

Muchísimo más que el 99% de productos de contenido. Y pese a ello, insuficiente para pensar en esto como un negocio, y no como lo que es: un mero escaparate para lo que sí me da negocio, que es la consultoría.

A esto hemos llegado, oye.

Hay, sin embargo, campanas de cambio con la ya manida cuestión del micromecenazgo. Lo de que solo necesitas una audiencia de 1.000 personas interesadas en pagarte un par de euros al mes. Pero al menos un servidor aún no ha dado con la tecla, y aunque hoy en día sigo teniendo a alrededor de 40 mecenas que siguen mes tras mes ayudándome económica (y sobre todo anímicamente) para que esto siga aquí, la realidad es que no puedo considerarme un caso de éxito en este sentido.

Haberlos haylos, por supuesto. Twitter está lleno, al parecer, de supuestos gurús de las finanzas y los negocios que lo han conseguido (o eso dicen…). Pero la realidad del mercadeo de la información en derroteros digitales es la que te he contado por aquí.

La mayoría lo seguimos haciendo por pura vocación, ya que Internet no es sitio para el contenido de calidad, reposado, intelectual.

Internet en la actualidad es un espacio para memes.

Y un servidor ya tiene unos años como para subirse a ese barco…

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