Sigo con verdadero interés los proyectos que nacen bajo la iniciativa Open Glass (EN), en principio ajena a Google, y que se aprovecha del potencial de sus gafas para ofrecer funcionalidades pensadas para paliar y/o solucionar acciones del día a día de personas con problemas (tanto físicos como mentales).

OpenGlass-Demo

El caso es que de entre todas las propuestas, hay una que por su carácter, ofrece un discurso digno de mención.

Se trata de aprovechar la capacidad de Google Glass para comprender lo que tiene ante su pantalla y devolver información al respecto, que bien desarrollado, haría de ojos para aquellos usuarios con visibilidad reducida (EN), o ayudaría a aquellos con algún tipo de discapacidad cognitiva.

Lejos de negar la evidencia (está claro que si de algo debiera servir un dispositivo de wearable computing como éste es para este tipo de situaciones), lo cierto que en este caso me toca hacer de abogado del diablo por la estrategia llevada a cabo por los de Mountain View, y que a la vista del resultado, está dando sus frutos.

Como bien sabréis, Google Glass ofrece diferentes puntos de vista controvertidos, siendo el más llamativo el tema de la privacidad, y de como socialmente un dispositivo de estas características puede condicionar el buen quehacer de una conversación (no es lo mismo hablar con un amigo, que hablar ante una posible cámara, o ante ese mismo amigo sabiendo que tiene entre los dos una pantalla que le está mostrando información contextual).

El caso es que para evitar problemas legales, Google decidió en su momento darle forma de gafas (por comodidad, se entiende), pero que éstas no tuvieran de base lentes. Sin embargo, el prototipo está abierto a que TERCEROS lo implementen como ellos quieran.

Esta aparente trivialidad, tiene tras de sí un estudio complejo, ya que una institución (o un policía, o un país, o un gobierno) podría considerar ilegal (y por tanto prohibir o retirar) el uso de un dispositivo como Google Glass, pero en ningún caso podría hacerlo si este fuera a tal efecto unas gafas (o lentillas) que necesita el usuario para su día a día.

La versión oficial no cuenta por tanto con esta prestación, pero ahí estará el resto de fabricantes (o desarrolladores o compañías) para explotar el verdadero interés de un dispositivo como Glass. De esta manera, Google es intocable legalmente (ha desarrollado un dispositivo de wearable computing, nada más), pero a efectos reales, estamos ante un dispositivo que podría convertirse en una herramienta necesaria para la vida de muchísimas personas, y que unido a sus peligrosas prestaciones (cámara o grabadora de sonido activa en cualquier momento, reconocimiento facial), abre un debate realmente complejo y difícil de tratar en los tribunales.

Así es como volvemos a ver la doble moral de una compañía como Google, sabedora de cómo ha de moverse en estos canales, y que por un lado ofrece un nuevo ecosistema, sin explotarlo al 100% por su parte (lo que conllevaría la ira de los tribunales de muchos países), pero lo suficientemente abierto como para que terceros se encarguen de enriquecerlo (y que sean por tanto ellos quien defiendan sus desarrollos). En casos puntuales (como es el de la pornografía), cerramos el grifo desde los medios oficiales (eso no quita que tengas esas mismas aplicaciones en los markets no oficiales) y así todos contentos.