des-globalizacion coronavirus

Me resulta imposible no dedicar algunas piezas de estos días al que sin lugar a dudas es el tema del año.

Ya hablamos del impacto que está teniendo el coronavirus con eso de ser el experimento de teletrabajo más grande de la historia, y mis reticencias al pensar que aunque esto es una oportunidad para dar sentido común al sinsentido del presentismo obligado en negocios que no necesariamente requieren de él (está claro que un bar tiene que tener trabajadores in situ, pero la mayoría de oficinas no), las causas, unido a que la amplia mayoría de empresas no tienen los deberes hechos a nivel de transformación digital, no parecen a priori la mejor estampa para que dentro de unas semanas saquemos conclusiones positivas.

Espero equivocarme.

Y también hemos publicado un popurrí de respuestas a las preguntas que estos días se hacen la mayoría de ciudadanos sobre el coronavirus, y que lamentablemente se están tratando de forma poco documentada en muchísimos medios, ya ni hablemos de las campañas de desinformación y hoax que pululan por redes sociales y servicios de mensajería.

Hoy quería hablar de un aspecto que esperemos no lleguemos a sufrir en demasía, y que en todo caso tendrá un impacto a medio/largo plazo: la des-globalización de todo el tejido económico e industrial que fuerza la contención de una pandemia como el coronavirus.

Desglobalización asimétrica

Lo comentaba hace poco Jose Alcántara en su blog (ES):

Para varias generaciones de europeos que han crecido en los países más ricos del continente, entre los que se encuentra España, la vida ha transcurrido al margen de grandes catástrofes: ni guerras, ni hambrunas, ni tsunamis, ni terremotos que llenen las calles de muertos. Hemos tenido la suerte de disfrutar el periodo de mayor paz y prosperidad de la historia del continente, y quizá del mundo.

Entre ellas está algo que la mayoría ya damos por sentado: la internacionalización de todo.

El que en cualquier momento tu puedas consumir lo que quieras, se produzca aquí o en la conchinchina.

Y es algo tan interiorizado que mucha gente ni asocia a eso que para un porcentaje significativo de la sociedad es el mal de males: la globalización económica, y su paulatina deslocalización productiva.

Estos últimos años la cosa se ha puesto aún más patente con el surgimiento (no tanto ideológico, porque siempre ha estado ahí, sino más bien a nivel de impacto electoral) de movimientos políticos antiglobalización, generalmente alineados al discurso de partidos de tinte extremista. Trump en EEUU, Salvini en Italia, Bolsonaro en Brasil o Le Pen en Francia son quizás los últimos de una larga lista de perfiles políticos con relativa o mucha influencia en la geoeconomía mundial que de una u otra forma han apostado (o al menos eso decían en sus campañas) por el proteccionismo nacional cerrando fronteras e imponiendo aranceles a bienes de consumo que vengan «de fuera».

Que ya sabes, la culpa de todos los males es siempre del de fuera, no vayamos a tener que reconocer que quizás (solo quizás) nosotros también tenemos la culpa.

Y no solo esto, ya que otros tantos defienden el mantra del separatismo y la independencia aludiendo a supuestas pérdidas multimillonarias debidas a la mala gestión del gobierno central.

Decía Alcántara en el artículo:

Pues bien, para bien o para mal, todos nosotros (también este grupo de detractores de la globalización) va(mos) a tener la oportunidad de probar cómo sería el mundo si esta globalización se deshace por lo menos un poquito. La crisis sanitaria del famoso coronavirus COVID-19 está conllevando una cascada de cierres de fronteras y restricciones al viaje que conducen a una suerte de desglobalización: un camino más allá de la globalización y en dirección contraria.

Una desgracia de desglobalización que probablemente ya no solo conlleve como está conllevando cosas tan aparentemente baladís como que de pronto un pasaporte europeo (y español, en este caso), que históricamente te ha permitido ir a donde te salga prácticamente de los huevos, sea sinónimo de apestado. O a que te fuercen a quedarte durante unas semanas recluido en casa por mandato gubernamental.

Sino que además, y si en efecto esta crisis se mantiene en el tiempo como cabría esperar (algo que de hecho es lo que buscamos precisamente para «aplanar la curva») puede que tenga también impacto en el acceso a bienes que considerábamos básicos, y que por supuesto aquí no se producen.

Y fíjate que no hablo, per sé, de la crisis económica que vamos sí o sí a tener que pasar por mucho que el gobierno vaya a inyectar en España el 20% del PIB anual, sino a las implicaciones geoeconómicas y geoindustriales de la desglobalización forzada.

Un proteccionismo que esta vez viene forzado por una crisis sanitaria, y que quizás sirva para que nos demos cuenta de una maldita vez que si llevamos en el mundo occidental el mayor periodo de tiempo sin matarnos entre nosotros y con la prosperidad económica actual es precisamente porque dejando de lado todas nuestras diferencias hemos encontrado la manera de vivir juntos.

Que la globalización y la internacionalización económica tienen puntos negativos, como cualquier otra forma de concebir las relaciones sociales, pero han aportado y están aportando muchísimos más beneficios.

Razón por la que, de hecho, hemos apostado por este sistema y no el que habíamos tenido hasta el momento.

Que aquí no hay conspiraciones maquiavélicas globales que mueven los hilos, sino el más puro interés colectivo. Un interés que también es egoísta e interesado (a mi como persona egoísta me interesa vivir en una sociedad que egoístamente sea próspera).

Así que, y esperando que el daño no sea terrible (EN), quiero pensar que esta situación nos ayude también a recapacitar y darnos cuenta de que más allá de nuestra ideología política, y de lo que a nosotros como individuos con derecho a opinar nos gustaría que el gobierno de turno hiciera o dejase de hacer, empíricamente hablando con la globalización hemos salido ganando.

Y que las posturas proteccionistas sobre el papel suenan genial: a quién no le parece bien pensar que para su negocio va a ser mejor que obligatoriamente el resto de la sociedad tenga que comprarle a uno en vez de competir en un libre mercado mundial.

Pero que a poco que leamos la letra pequeña las cosas se vuelven mucho más turbias: sin competencia externa surgen los monopolios (ergo mecánicas de subida de precios que solo interesan al que gestiona el monopolio) y las limitaciones (no hay ningún lugar del mundo que produzca todo lo que hoy en día por estos lares en cualquier supermercado de barrio tenemos acceso), y además el proteccionismo supone que también las exportaciones que hagamos sufrirán mayores impedimentos para hacerse, empobreciendo de paso a la región y con ella a los ciudadanos que allí viven.

Esos, por cierto, para los que iban dirigidas las acciones proteccionistas de turno.