bosque luz disco

Me vas a permitir hoy, Sábado, que me salga de los temas habituales de esta página (si es que hay algún tipo de temáticas cerrado en la línea editorial que un servidor desconoce) para hablar de astrofísica.

Sí, astrofísica. O más concretamente de la astrosociología. Que ya sé que no existe como tal, pero oye, déjame con mis locuras.

El tema que me lleva a escribir sobre esto es el siguiente:

La Paradoja de Fermi (El Gran Silencio)

Enrico Fermi (ES), uno de los físicos creadores del primer reactor nuclear del mundo, planteaba en 1950 la que ahora conocemos con la Teoría de Fermi, que viene a buscar explicación a por qué, si la ecuación de Drake es correcta, no hemos encontrado aún indicios de vida alienígena.

Y te preguntarás, ¿qué dice la ecuación de Drake?

Pues el bueno de Frank Drake (ES), astrónomo estadounidense (aún vivo, por cierto), definía en los principios de los años sesenta del pasado siglo una ecuación que permite calcular probabilísticamente cuántas civilizaciones extraterrestres deberían existir en nuestra galaxia capaces de comunicarse por medio de señales de radio.

La ecuación es la siguiente:

Siendo:

  • N = Número de civilizaciones tecnológicamente avanzadas.
  • R = Número total de estrellas en la vía láctea.
  • fp = La fracción de esas estrellas que tienen sistemas planetarios.
  • ne = Número de planetas apropiados para la vida, por cada sistema planetario.
  • fl = La fracción de esos planetas donde se desarrolla vida.
  • fi = La fracción de esos planetas donde se desarrolla la inteligencia.
  • fc = La fracción de esos planetas capaces de comunicarse mediante señales de radio.
  • L = La fracción de tiempo de vida del planeta durante la cual vive la civilización.

Según esta fórmula, y teniendo en cuenta que la Vía Láctea tiene aproximadamente 13,51 miles de millones de años, 200.000 millones de estrellas y 100.000 millones de planetas, se llegó a la conclusión de que debería haber alrededor de 300 millones de mundos potencialmente habitados. Y que, a estas alturas, deberíamos habernos encontrado con al menos unas veinte civilizaciones alienígenas.

Puesto que esto no ha sido así, y de nuevo partiendo de la hipótesis de que la ecuación de Drake fuese correcta, Fermi conjeturaba lo siguiente:

La creencia común de que el Universo posee numerosas civilizaciones avanzadas tecnológicamente, combinada con nuestras observaciones que sugieren todo lo contrario, es paradójica, sugiriendo así que nuestro conocimiento o nuestras observaciones son defectuosas o incompletas.

Esta visión pesimista (o realista…) está claramente influenciada por la época que le tocó vivir a Fermi, que recordemos que formaba parte del Proyecto Manhattan, y por ende, todo su trabajo se centró en crear la bomba nuclear estadounidense.

Según el físico, toda civilización avanzada desarrollaría con su tecnología el potencial para exterminarse, tal y como a priori estaba ocurriendo en la Guerra Fría. Por lo que el hecho de no haberse encontrado con otras civilizaciones alienígenas no era más que un indicio del trágico final que nos deparaba.

El SETI y los tímidos acercamientos humanos a la comunicación con seres de fuera de la Tierra

En los años sesenta, tras la ecuación de Drake, el propio astrónomo lideró el Proyecto Ozma (ES), de la Universidad de Cornell, y el primer experimento humano centrado en la búsqueda de signos de vida alienígenas:

Drake utilizó un radiotelescopio con un diámetro de 85 pies (26 metros) para examinar las estrellas Tau Ceti y Épsilon Eridani, cerca de la frecuencia del marcador 1,420 gigahertz.

Ambas son estrellas cercanas similares al Sol que entonces parecían razonablemente probable que han habitado los planetas. Una banda de 400 kilohercios se escaneó en torno a la frecuencia del marcador, el uso de un receptor de un solo canal con un ancho de banda de 100 hercios.

La información se almacena en la cinta para el análisis fuera de línea.

Alrededor de 150 horas de observación intermitente durante un periodo de cuatro meses detectan señales reconocibles.

Una falsa señal se detectó el 8 de abril de 1960, pero se determinó que se originó a partir de un avión de alto vuelo. El receptor se sintoniza a longitudes de onda cercana de 21 cm, que es la longitud de onda de la radiación emitida naturalmente por hidrógeno interestelar. 

Al proyecto Ozma le seguirían varios proyectos semejantes en diferentes partes del mundo, creando un macroproyecto mundial que suele conocerse como el SETI (ES/Search for Extra Terrestrial Intelligence), y que lleva desde entonces peinando toda señal que nos llega del espacio… con el mismo resultado.

Hartos de esperar a recibir señal del exterior, en 1972 se lanzaron las sondas espaciales gemelas Pioneer 10 y Pioneer 11, que llevaban en su interior la conocida como Placa de la Pioneer, diseñada por el astrónomo Carl Sagan y, nuevamente, nuestro querido Frank Drake.

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En ellas, como puedes observar, hay dos figuras humanas de un hombre y una mujer con los estándares griegos, y un mapa que tiene como centro nuestro sol, y define mediante líneas los púlsares más significativos que hay en nuestro sistema solar, señalando a nuestro planeta como emisor de las sondas.

Una manera inteligente (la mejor que hemos encontrado hasta la fecha) de compartir nuestra localización en un soporte físico a una posible civilización extraterrestre.

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Y en el 1977 se lanzaron las Voyager 1 y Voyager 2, ambas naves con una cápsula del tiempo que contenía una grabación fonográfica en forma del disco de 12 pulgadas de cobre recubierto de oro que ves justo encima de estas palabras, con los sonidos identificativos de nuestro planeta y varios elementos con los que se esperaba dar a conocer a una especie inteligente nuestra cultura.

Ambos proyectos, como decía, tienen como objetivo ofrecer a una sociedad extraterrestre la manera de localizarnos en el universo, pero tienen la desventaja (o ventaja, según como se vea) de ser profundamente limitados en cuando a su alcance.

Para que, en efecto, algo así acabe llamando la atención de una civilización, esas sondas o esas naves tendrían que cruzarse justo con una nave alienígena en la infinidad del espacio, y esta identificarlo como un objeto no natural, capturarlas, y que luego pudieran descifrarlo.

Sin embargo, hay un acercamiento mucho más efectista, que pasa por inundar el espacio de radiación electromagnética. Algo que hasta el momento no estaba al alcance tecnológico de nuestra especie.

Y digo hasta hora, porque en la actualidad hay dos proyectos METI (en vez de escuchar, producir señales para que sean los alienígenas quienes den con nosotros) en funcionamiento, y conocidos como «El Faro en la Galaxia«.

El primero viene dado por el telescopio de radio más grande del mundo, ubicado en China, y espera enviar en 2023 un código binario que contendrá números primos y operaciones matemáticas, la bioquímica de la vida, formas humanas, la ubicación de la tierra y una marca de tiempo.

Que es cierto que no es la primera vez que se lanza una señal electromagnética con un contenido parecido al espacio. Sin ir más lejos, en 1974 el Observatorio de Arecibo en Puerto Rico hizo lo mismo.

La diferencia radica en el alcance y magnitud de la señal, ya que en aquel entonces el envío se hizo en dirección al clúster M13 (una agrupación de estrellas y planetas específico situado a 25.000 años luz de distancia), y esta vez el envío se plantea hacerlo simultáneamente a millones de estrellas cercanas al centro de la Vía Láctea, y a una distancia entre los 10.000 y 20.000 años luz.

Siguen siendo distancias (y por tanto lapsos de tiempo entre el envío, la recepción y la potencial respuesta) muy altos, y para eso está el segundo proyecto, que se plantea un envío el próximo 4 de octubre desde la Goonhilly Satellite Earth Station de Inglaterra a la estrella TRAPPIST-1, con 7 planetas orbitándola, y con 3 de ellos considerados como potenciales para albergar vida (están en la llamada Zona Goldilocks que permitiría la vida tal y como la conocemos).

¿Lo mejor de todo? Pues que está a 39 años luz, así que esa potencial respuesta, si es que hubiera, llegaría en menos de un siglo.

La Teoría del Bosque Oscuro

Todo esto para llegar al punto donde quería que llegásemos, y es que de casualidad estoy estos días terminando la trilogía de ciencia ficción de «Los tres cuerpos» de Liu Cixin (ES), posiblemente el autor más cercano vivo a lo que en su día supuso para el género la obra de Isaac Asimov.

Si me preguntas por la obra, me está encantando. Quizás peca de pararse demasiado en contenido intrascendente, sobre todo en el segundo libro. Pero me parece un trabajo magnífico que estoy disfrutando como hacía tiempo que no disfrutaba una serie de novelas.

Y precisamente en ese segundo de sus libros se centra (hasta el punto que da nombre al mismo) en la llamada Teoría del Bosque Oscuro, que parte de la paradoja de Fermi, para darle un sentido.

Según Cixin, el que no hayamos aún conseguido identificar señales de una civilización alienígena no se debe a que, per sé, la ecuación de Drake esté equivocada, sino a que el universo funciona como un Bosque Oscuro repleto de cazadores (otras civilizaciones) cuyo único objetivo es no llamar la atención, amparándose en los tres principios siguientes:

  1. Toda forma de vida desea seguir viva.
  2. No hay forma de saber si otras formas de vida pueden o querrán destruirte teniendo la oportunidad.
  3. Como no hay certezas, la opción más segura para cualquier especie es aniquilar otras formas de vida antes de que hagan lo mismo con ellas.

En la ficción, y sin entrar en spoilers, vemos cómo esta teoría, tras ponerse en la práctica y demostrar ser cierta, es utilizada por los humanos como contramedida defensiva para protegerse, precisamente, de una especie muy superior tecnológicamente hablando.

Es ficción, por supuesto, pero es que a la vista de todo esto, la duda que me corroe por dentro es si estos proyectos de METI son conscientes del riesgo que conllevan.

Ya no solo poniéndonos en el peor de los casos (nada nos dice qué tipo de civilización alienígena podría haberse creado, y tampoco contamos hoy en día con contramedidas realmente eficientes para repeler un ataque a gran escala), sino por temas puramente éticos y sociales.

A fin de cuentas, ¿está nuestra sociedad coordinada para que un organismo específico hable en nombre de toda la especie frente a una raza alienígena?

No hace falta que respondas.

Bastante tenemos con no seguir matándonos entre nosotros (algo que a las pruebas se demuestra que somos aún incapaces de hacer), como para asumir que el proyecto de turno, dependiente de una nación específica, en caso de tener éxito, pueda hablar y tomar decisiones en nombre de todos nosotros.

Que estoy totalmente de acuerdo con proyectos SETI. A fin de cuentas, no dejan de arrojar más conocimiento sobre nuestro espacio cercano.

Pero quizás los proyectos METI deberíamos dejarlos para cuando, en efecto, tuviéramos la capacidad de como mínimo ser una especie multiplanetaria.

Cuando hayamos dejado de matarnos los unos a los otros por cuestiones absurdas y podamos contar con una única voz.

Si es que en algún momento algo así llega a ocurrir, claro.

Difícil lo veo. Y mucho menos en un corto espacio de tiempo.

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