creacion humana ia lujo

Estaba estos días pensando, tras el nacimiento de nuestra hija, de lo mucho que me está costando algo, a priori tan humano como es lo de socializar con muchas personas presencialmente.

No es la primera vez que alguno me pregunta de dónde saco tanto tiempo para hacer tantas cosas, y lo cierto es que siempre respondo lo mismo: soy muy organizado, tengo una gran capacidad de concentración, y llevo casi una vida de ermitaño.

Mi día a día es profundamente aburrido (al menos para los cánones actuales), habida cuenta de que paso la mayor parte del tiempo o en casa, seguramente delante de una pantalla, o en el campo, con la única compañía (normalmente) de Freud, nuestro perro. El que mi pareja tenga un trabajo parecido al mío tampoco ayuda, ya que a ella le pasa exactamente lo mismo, con el añadido de que como suelo ser yo quien saca a Freud, disfruta más las terrazas y jardines, y por tanto apenas sale del chalet.

De vez en cuando saludamos a algún vecino, de vez en cuando vamos a comprar al supermercado o la tienda que toque, y poco más. Casi todas las relaciones sociales que tenemos fuera de casa son digitales (llamadas, videollamadas, servicios de mensajería, redes sociales, emails). Y sí, tenemos ambos muchísimas, pero por supuesto no son comparables (no lo digo ni para bien ni para mal) con las que tienes en persona.

El caso es que, como decía, con el nacimiento de Ona estamos forzados sí o sí a salir más a menudo de casa. Y a eso júntale las esperables visitas de amigos y familiares que como es normal, quieren pasar un ratito con la recién nacida. Así, de pronto, pasamos de vivir casi como ermitaños, a tener que cultivar unas relaciones sociales tanto con conocidos, como con nuevos allegados (típicas parejas con las que coincides en parques, por ejemplo). Más de carne y hueso, y menos de 0s y 1s. Unas relaciones que deben ser, sí o sí, en directo (no hay diferido en persona), y que surgen cuando a la otra persona le viene bien, no siempre cuando nosotros decidimos.

El tema, y perdón por esta introducción un tanto larga, es que pensando en ello, me doy cuenta de que el paradigma de sociedad al que muchos teletrabajadores nos hemos acostumbrado es cuanto menos… anti natura.

Y no lo digo porque a mi, particularmente, no me guste (ya te digo que es más bien lo contrario), sino porque con el auge de las profesiones STEM, con la propia demanda que hacemos buena parte de nuestra generación y de las que vienen por detrás, estamos generando una sociedad que cada vez está más expuesta a las relaciones débiles digitales, y con menos espacio para relaciones fuertes presenciales.

Me explico.

Un mundo más automatizado

A nadie se le escapa que la revolución industrial supuso, de facto, una mejora en la calidad de vida de millones de personas. Pero quizás no hayas caído en que el que todo empezase por Reino Unido se debía, en parte, a la crisis de mano de obra que estaban pasando, y a ese aumento drástico del coste de la luz que sufría la isla.

Al final, los avances tecnológicos suelen venir surgir más en épocas complicadas, por eso de que una época de estabilidad no favorece a la reinvención. Más bien todo lo contrario (para qué cambiar lo que funciona).

Pues con la digitalización, y con la actual virtualización de servicios y productos, está pasando lo mismo.

De pronto, las STEM se vuelven profesiones altamente demandadas, con buenos salarios y hasta con flexibilidad horaria y geográfica, lo que abre la veda a que esa migración masiva que vivimos con la era industrial hacia núcleos urbanos, se revierta.

Estos puntos hacen que cada vez haya mayor porcentaje de ciudadanos con la capacidad operativa de aislarse en sus propios feudos, transformando parte de las relaciones que antaño se hacían en persona, hacia entornos digitales.

Y con ello, alimentamos el bucle de destrucción de puestos de trabajo persencialistas en favor de servicios automatizados, o digitales.

¿Algunos ejemplos?

Recuerda la última vez que has llamado a tu operadora de telecomunicaciones y has podido hablar a la primera con un agente humano.

O ya puestos, acuérdate de esa guerra que están llevando a cabo miles de personas de la tercera edad desde hace meses demandando a los bancos que no cierren sucursales y deleguen toda la operativa de sus cuentas en unos cajeros automáticos (ES) difícilmente usables para una persona que no ha nacido con un ordenador o un móvil debajo del brazo.

Mi generación, y las que vienen de atrás, así como la amplia mayoría de los que me estáis leyendo, somos hasta cierto punto conocedores del funcionamiento de los servicios digitales, y es más, tendemos a demandarlos. Pero con ello, dejamos de lado a aquellos que en su momento no se subieron al tren de la digitalización, y peor aún, empujamos a que las relaciones sociales sean cada vez más digitales. Menos humanas.

El colmo de los colmos viene dado con proyectos empresariales como el que un mismo servidor tiene, donde todos trabajamos en remoto. Sin ir más lejos, Gema, una de mis trabajadoras, con la que hablo a diario desde que la contraté hace ya cerca de un año, nos hemos visto en persona una sola vez, y fue para firmar los papeles del contrato.

Pese a ello, como te decía, hablo a diario con ella, pero ella trabaja desde su casa (o desde donde quiera), y yo desde la mía.

Pues lo mismo con todo el equipo. Con algunos, de hecho, ni tan siquiera nos hemos visto en persona una sola vez.

Recalco que no es algo intrínsecamente negativo. Es simplemente diferente, con sus puntos fuertes y sus débiles.

Las GANs e IAs entran en juego

Por si esto fuera poco, estamos a las puertas de un conjunto de tecnologías que parecen, al menos en el papel, que van a añadir una capa más de profundidad a esta nueva sociabilidad.

Hablo, por supuesto, de los generadores de contenido asistido por IAs.

A que, de pronto, hayamos sido capaces de entrenar a unas máquinas conversacionales para que realicen trabajos a priori considerados creativos, fagocitando parte de la propia industria STEAM.

Si ya con los automatismos y la digitalización las relaciones cara a cara se han visto debilitadas, imagínate qué ocurrirá cuando, como está pasando, tengamos barreras de entrada cada vez menores a la creación de elementos de texto, audio, imagen y vídeo generados por ordenador y hasta cierto punto muy eficientes, al menos en cuanto a capacidad conversacional e interacción con humanos.

Obviamente, tampoco es que sea el apocalipsis que algunos pronostican en cuanto a que todos nos vamos a quedar sin trabajo (ojalá) y tendremos sí o sí que ponernos una paga mínima social para vivir sin hacer nada.

Es simplemente un cambio más que nos dirige, por la propia presión tecnológica, pero también por la propia presión social, hacia un entorno en el que el contacto con el resto de personas quizás se quede relegado a espacios de ámbito deportivo o lúdico, como pueden ser los bares.

Frente a las IAs, lo humano

Si el día de mañana quien me trae los pedidos a casa ni tan siquiera es un repartidor. Si quien genera esa noticia en el periódico de turno ni tan siquiera es un periodista de carne y hueso, qué espacio hay para esa necesidad humana de sentirse un miembro productivo de la sociedad.

La realidad es que muy probablemente surja un movimiento contrario al auge de estos servicios asistidos por IA que acabe demandando más humanidad.

Esos neo-luditas, más o menos extremistas, que generen una oposición necesaria en cualquier avance tecnológico para que el impacto final sea el lógico y adecuado, y no acabemos dejándonos llevar por el hype.

Así, ya estamos viendo acercamientos con la creación de herramientas que buscan identificar qué textos son creados por IA de cuáles han sido creados por un humano (EN).

Es decir, servicios creados mediante machine learning que identifican otros servicios creados por machine learning.

Una guerra económica y social entre los que demandan mayor generación con inteligencia artificial, y aquellos que demandan mayor generación en manos humanas.

Con un posible escenario donde lo humano acabe siendo un lujo (yo quiero que quien me traiga el pedido sea un repartidor y no un robot, yo quiero leer lo que opina tal analista y no lo que dice una máquina), y que como decía Antonello (ES) no hace mucho, estemos hasta dispuestos a pagar por ello.

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