inflaccion oferta

Quien escribe estas palabras lleva literalmente años sin ver programas de televisión en directo.

Por supuesto, sigo informándome de la actualidad por otros medios (Twitter, RSS, TV a la carta…), pero nuestra dejadez con la televisión tradicional llega al punto que el otro día nos enteramos, porque vino mi madre a casa, que la antena que tenemos solo consigue captar 4 canales.

Directamente, en esta casa, la televisión se enciende automáticamente en HDMI1 (es decir, un Chromecast desde el que enviamos el contenido que queremos ver) o desde el HDMI2 (es decir, la Xbox Series X). Punto.

Gracias a esto, me ahorro los esperables cabreos de unos medios de comunicación que prácticamente lo único que hacen es dar noticias malas.

Pareciese que el mundo se va a la mierda. Que jamás hemos estado tan mal como ahora. Pese a que, la realidad, es bien distinta.

Y pese a ello, hay una parte de verdad en todas esas noticias mediatizadas con las que nos acosan.

Se mire por donde se mire, estamos viviendo una nueva inflación.

Las razones

La crisis del 2008 vino dada por la locura de creación de dinero falso con el que los bancos sembraron a la ciudadanía, y que, como era de esperar, acabó colapsando.

Fue además una crisis muy longeva en el tiempo (hay países, como España, que prácticamente no se han recuperado del debacle) pero constante, sin grandes sobresaltos.

La crisis actual, sin embargo, viene dada por un único acontecimiento exógeno al sistema económico: la maldita pandemia.

Y por tres principales frentes interconectados entre sí:

  • La producción mundial de bienes: China, que ha sido estas últimas décadas el pulmón industrial del mundo, estuvo literalmente cerrada durante buena parte del primer cuatrimestre del 2020. Y esto supone, de facto, una ruptura abrupta del contrato oferta y demanda de una sociedad capitalista. Una ruptura desigual (hay productos más afectados, como el de los chips y la madera, que otros), pero que incide en prácticamente todos y cada uno de los sectores económicos de nuestra sociedad. Y un problema que aún hoy, a finales de 2021, seguimos arrastrando (no se produce lo suficiente como para abastecer la demanda actual… y la demanda heredada de una oferta pasada insuficiente).
  • La distribución mundial de bienes: Si te digo que hay ahora mismo un cuello de botella claro, y que este es el de los contenedores (donde viaja la mayor parte de los productos a lo largo y ancho del mundo), no creo que a estas alturas te sorprenda. El negocio de los contenedores, y por tanto, el de la logística internacional, fue afectado por igual por el cierre de la pandemia. Y como prácticamente hay cuatro grandes compañías que controlan buena parte del suministro mundial (EN), se han puesto de acuerdo para 1) ofrecer menos contenedores (en parte por las limitaciones que siguen existiendo en muchos países, en parte por intereses económicos) y 2) subir los precios dramáticamente. Lo que hace que llevar esa bolsa de arroz de la fábrica donde se embalsa al supermercado de debajo de tu casa sea hoy muchísimo más caro que hace un par de años.
  • El factor energético: Para colmo, y de nuevo debido a la crisis que supuso la pandemia, el coste de producción energética se ha disparado. Que es cierto que hay países más afectados que otros (disclaimer: España no es de los más afectados, por mucho que lo parezca), pero en líneas generales, y puesto que necesitamos energía para todo, puesto que la producción se ha politizado absurdamente (aunque lo fácil es mirar a los países nórdicos y su casi autoabastecimiento por medio de renovables, la realidad es que países del tamaño poblacional de España requieren mucha más inversión en renovables (EN)… y también dejar de ver la nuclear como un problema, al ser hoy en día la energía más constante y segura que podemos producir), y puesto que el sistema vigente de compraventa de energía es el que es (pagamos el coste más caro de producción por todo el lote, que es el de las energías fósiles, y no por tramos, como cabría esperar en un reparto más ético y justo), conlleva a una subida generalizada de la factura de la luz… que, de nuevo, afecta al ciudadano directamente (en su factura) e indirectamente (en los productos y servicios que consume).

Los porqués

Lo fácil en este punto, y que es, de hecho, la lectura que interesadamente un porcentaje de la opinión pública esgrime, es que todo se debe a esa demoníaca globalización.

Que como hoy en día los países y las comunidades dependen de la producción externa, pues un problema en China o en Holanda acaba afectándonos.

Que la solución a todos nuestros males es volver al «Yo me lo guiso, yo me lo como«.

La realidad, por supuesto, es bien distinta.

Dejando de lado temas ideológicos, lo cierto es que precisamente esa globalización que algunos tanto odian es la que permite que tú, lector, ahora mismo, puedas estar leyendo esto. O que esta tarde te zampes ese plato de pasta tan rico. O, ya puestos, que en tu casa haya corriente eléctrica, o que la ropa que llevan tus hijos te haya costado unos 40 euros, y no 100.

Salvando casos muy muy puntuales, y por supuesto para activos muy puntuales, la realidad es que no hay en el mundo un solo país capaz de abastecer a toda su ciudadanía con las garantías esperables de todos los bienes y servicios que consumen hoy en día.

Ninguno.

Pasar a un sistema deslocalizado, que es lo que teníamos antes de la revolución industrial (y ni siquiera…), supone aceptar que no tendremos todo lo que nos gustaría tener. Todas esas commodities que consideramos básicas para la vida en un país desarrollado.

Y que, además, lo pagaremos más caro.

A cambio, en efecto estamos supeditados a problemas globales como la crisis de desabastecimiento actual. Problemas que nos vienen impuestos por terceros, y que por tanto tienen difícil solución a nivel micro.

Y problemas que conllevan una subida generalizada de precios. Una inflación en el mercado (ES).

Sobre la inflación de cara al consumidor final

Quizás donde más lo hemos notado la mayoría es a la hora de hacer la compra.

Para que te hagas una idea, un servidor ha pasado de pagar alrededor de 300€ al mes por las compras en el supermercado (comida principalmente, pero también algunos productos de higiene, y sin contar gastos que hagamos fuera de casa) para dos personas, a unos 400€ en estos últimos año.

Estamos hablando de unos 1.200€ más de gasto anual por cosas que, recalco, podemos considerar en su amplia mayoría productos de primera necesidad.

Y a eso súmale la subida del precio de la luz (en nuestro caso no mucha ya que teníamos un contrato no regulado, que frente a todo pronóstico, ha sido mejor opción que los regulados, históricamente los más rentables).

También es cierto que hemos viajado menos, y que por tanto también hemos consumido menos fuera, pero es que hablamos de una subida muy drástica en un tiempo en el que un porcentaje de la sociedad no es que no haya ganado más, sino que para colmo ha perdido incluso su trabajo.

Que hoy por hoy en casa, y toco madera, somos unos verdaderos afortunados, ya que podemos afrontar esta subida sin mucha molestia. Pero me puedo imaginar lo que está viviendo una familia que antes de la pandemia iba mes a mes, y es para echarse a llorar.

El tema es que la inflación es asimétrica porque muchos empresarios estamos asumiendo esa subida, sin repercutir en el cliente final.

Pero hay otros negocios que no lo están haciendo (y ojo, que también lo entiendo). Lo verdaderamente interesante es darnos cuenta de que para paliar esta situación, hay diferentes maneras de actuar.

A saber:

  1. Asumir la inflación: Lo que por ahora hemos hecho Èlia y un servidor con nuestro negocio, y que supone, de facto, ser conscientes de que vamos a ganar un neto menor al tener ahora más gastos y los mismos ingresos.
  2. Aplicar la inflación al bien o servicio: La salida más rápida, y que pasa por encarecer los precios. Cosa que, por ejemplo, se ha visto muy claro en según qué productos del supermercado.
  3. Shrinkflation o inflación encubierta: Uno de estos anglicismos tan de moda últimamente, y que pasa por mantener los precios… pero reducir la calidad o cantidad del bien o servicio. Es una manera más «elegante» de ocultar esa pérdida de valor, y se traduce por ejemplo en lo que llevamos ya años viendo con los helados (el tamaño de los helados ha ido poco a poco menguando hasta el escenario actual, donde a veces es necesario comer dos para sentir que has tomado un postre), y que en bienes puede representarse por una reducción de la calidad o prestaciones del servicio.

Sobre esto último, creo que queda patente que desde el año pasado, con el confinamiento, hemos perdido muchas de las prestaciones que antes teníamos en negocios de cara al público como las gasolineras o las oficinas bancarias.

En plena pandemia se entiende que fuera necesario para algunos negocios reservar cita. Lo que no se entiende es que a día de hoy, con una situación claramente mejor, el número de personas trabajando siga siendo insuficiente… a no ser que comprendas que es una estrategia para reducir gastos y seguir siendo rentables.

El tema es que no hay una manera mejor de hacer las cosas… mal que nos pese.

Si algo tiene el capitalismo es que:

  • Por un lado, ha sido el mejor acercamiento que hemos encontrado hasta el momento para convivir en sociedad sin casi matarnos los unos a los otros.
  • Por sus propias dinámicas internas, está abocado a sufrir crisis periódicamente.

Ahora solo falta ver si somos capaces de salir con relativa rapidez de este bache (tiene pinta que así será, conforme la oferta y la demanda se vuelva a estabilizar), y disfrutar de los años bonitos del capitalismo… hasta la próxima crisis.

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