Stories

En enero del 2015 escribía una pieza profundizando en el cambio que suponía pasar de tener un perfil digital a un canal.

Por aquel entonces veníamos de un escenario digital prácticamente dominado por el texto, y nos dirigíamos a otro en el que la fotografía, y cada vez más, el vídeo, cobraba protagonismo.

Los perfiles de Facebook (la red social por antonomasia en aquellos momentos) pasaban de esta manera de ser un medio de comunicación «tradicional», a una suerte de canal de comunicación, enriquecido por formatos cada vez más audiovisuales. Y el cambio no era para nada baladí. Con ello la comunicación digital viraba hacia derroteros bastante más abstractos, en los que el mensaje venía dado por el contexto y contenido de una imagen o un vídeo, y cada vez menos por la palabra.

Desde entonces hemos ido viendo cómo aquello que empezó como una evolución lógica en la manera que teníamos la sociedad de comunicarnos de forma informal con los nuestros ha acabado por modificar sutilmente el statu quo de la comunicación humana, sobre todo en lo que al parecer todavía podemos considerar «nuevas generaciones».

Hasta el punto de no retorno actual.

La hegemonía de los estados

Si hoy en día alguien me pregunta con qué red social me quedo, sin lugar a duda tendría que decir Instagram. Y eso que quien escribe estas palabras se había negado a utilizarla de forma personal (con los clientes llevo ya años dándole cera) hasta principios de 2018, que se dice pronto.

¿La principal razón? Su apuesta absoluta por el formato visual.

Que sí, que podemos escribir parrafadas, pero seamos sinceros… La toma de decisión a la hora de interaccionar o no con una actualización se toma en apenas unas décimas de segundo, según la foto o el vídeo que nos aparece en el timeline nos llama la atención. Que éste vaya o no acompañado de texto es un aspecto secundario, que ya la propia interfaz relega a ese segundo o tercer término (te muestra unas pocas líneas y si quieres seguir leyendo busca el botón, apenas indistinguible del resto de contenido, de Ver más).

El simple hecho de reducir hasta la mínima expresión la interacción (doble click en el contenido visual) es un ejemplo más, que ha sido trasladado a prácticamente el resto de derroteros sociales (deslizar hacia la derecha o hacia la izquierda en las apps de citas, la inclusión del cajón de búsqueda contextual en prácticamente todas las RRSS…).

Y pese a que en mi cuenta (ES), como es normal (apenas unos meses de vida), no tengo la misma visibilidad de la que sí disfruto en otros perfiles ya más asentados como es el de Twitter, el de LinkedIn y por supuesto el de Facebook, es el formato Stories el que me lleva a escribir estas palabras.

Que no le descubriré nada del otro mundo si usted es de mi quinta (nacido como muy tarde a finales de los ochenta), o si trabaja en redes sociales. Cada vez más interacción se realiza de puertas hacia dentro, del tú a tú, desdibujando el concepto de mensajería instantánea (privada, personalizada,…) con el de red social (foro abierto, colectivo,…).

Los estados, ese formato que Snapchat estandarizó, y que más tarde copiaría vilmente replicaría Facebook en todas y cada una de sus plataformas como estrategia para dilapidar la compañía que en al menos tres ocasiones intentó comprar sin éxito, es la principal razón de que esté en este momento leyendo esta pieza.

Lo decía, de hecho, el bueno de Ian Bogost para The Atlantic (EN) a finales de la semana pasada. Un formato nativo de los dispositivos móviles (de los primeros que podemos considerar como tal (ES)), que ha dado sentido a eso de grabar en vertical (algo que, recuerdo, va en contra del sentido común, si nos atendemos exclusivamente a factores biológicos humanos), que antepone drásticamente el apartado visual al contenido, que se supone efímero, y que para colmo no tiene un impacto directo a nivel colectivo (la comunicación e interacción, si es que la hay, se realiza entre emisor y receptor, sin que terceros puedan colaborar).

Para cada vez más personas de mi generación y de las que vienen por detrás los estados se han vuelto, de facto, el timeline para estar al tanto de lo que hacen nuestros amigos, marcas y personalidades a las que seguimos. El timeline en sí no es más que un remanente heredado de «épocas pasadas». De aquellas en las que dejar huella era crítico para dar sentido a la sociabilidad digital.

El hecho de dar prioridad absoluta al momento (representado por una fotografía o un vídeo), enriquecido si acaso con algún que otro contenido superpuesto (emojis, filtros y capas de reconocimiento automatizado, hashtags y etiquetas, o simplemente texto), erradicando la necesidad del contenido pensado y reposado, y apostar por formatos efímeros (ergo, con un componente de exclusividad innato) juegan a conformar lo que a todas luces ha pasado a ser ya el modo de comunicación por defecto de muchos de nosotros.

Una comunicación cargada de simbología y memética nativa del tercer entorno. Los emojis como una estandarización de las acciones, elementos y sentimientos que queremos trasladar a nuestro receptor, y con una presencia cada vez mayor de los gifs animados para expandir la simbología ya de por si extensamente cubierta por los primeros.

El G.G con el que acompaño muchas de mis actualizaciones se ha vuelto, de facto, una identidad propia de mi persona. El hecho de que en su día, por simple optimización de tiempo, decidiese aprender a escribir los emojis en texto y que actualmente lo siga haciendo, es otra de ellas.

Para alguien como mi madre, ajena al mundo digital, y de una generación que conoció más el formato escrito analógico que el que tenemos en nuestro día, es enfrentarse a un rompecabezas ideo-sintáctico en profunda evolución y cada vez más complejo (requiere partir de unos caracteres adquiridos en iteraciones simbólicas de etapas anteriores). Para un chaval de 25 años, o para uno de 15, es el puto día a día.

Ya no tiene sentido publicar una imagen si no es acompañada de hashtags. Si no es enriquecida con algún CTA que invite a interaccionar (etiquetas a los perfiles de aquellos que salen, una encuesta…). Eso de ponerse a escribir una frase motivadora ha quedado relegado a aquellos que vienen de la época «Facebook». Ahora, y cada vez más, lo que pega es el contenido inmediato, sin apenas producción, puramente gráfico y cargado de simbolismo visual.

Si no lo entiendes, tranquilo. No eres el único.

Pero vale más que empieces lo antes posible a hacerlo, porque esto no ha hecho nada más que empezar, y quienes venimos por detrás traemos la lección aprendida…