Tenía por aquí perdido el borrador de este artículo, que con el paso del tiempo (y debido a la necesidad de documentación esperable) parecía destinado al olvido.

patentes

En más de una ocasión hemos hablado de la guerra de patentes, de cómo este artilugio legal ralentiza cada sector y cada mercado, amparándose en legislaciones de hace siglos, al dar poseedor de una idea a aquel que antes consigue los papeles que demuestren su autoría, sea él (persona/empresa) el dueño o no de la creación, en detrimento de todos los demás stakeholders que propiciaron el auge de la misma.

Lo cierto es que las ideas fluyen de persona a persona, transformándose y evolucionando (ni siquiera hace falta hablar de internet como canalizador de toda esa información), por lo que resulta paradójico que acabe por darse la recompensa a un solo grupo, por el simple hecho de haber ofrecido una suma considerable de dinero (y no estoy hablando de soborno, sino que las cosas son como son) y/o haber invertido tiempo y recursos en su investigación (aunque no sean los únicos).

Para rizar el rizo, el dueño de la patente no tiene porqué ser el individuo/empresa que lo investigó, sino aquel que tiene los papeles en regla, motivo por el que las patentes se usan como moneda de cambio en transacciones (qué mejor ejemplo que el acuerdo de Google con Lenovo con la venta de Motorola…).

El fin (inicial) de las patentes, por tanto, es el de recompensar a los investigadores. De motivar el surgimiento de nuevas ideas, de nuevo conocimiento. Y es un fin noble, mal ejecutado, que lleva a las situaciones tan absurdas como las que vemos en nuestros días (empresas especializadas en cazar patentes para denunciar su infracción al resto, descontextualización del patentado,…). Frente a este panorama, surgían el siglo XVIII en Londres unos premios otorgados por la Royal Society of Arts, que abogaban por mantener el espíritu de las patentes sin los problema asociados del control de una idea: se premiaba a aquellos descubrimientos trascendentes que no hubiera obtenido patente alguna en su desarrollo.

De esta manera, los investigadores tenían el incentivo (económico-publicitario) necesario para innovar, y la innovación podía ser usada por el resto para seguir innovando. Una propuesta sana que acabó por deshincharse con la presión del lobby industrial, cuyo fin era obtener únicamente el rendimiento económico, y que obligó a derogar los cimientos de iniciales.

En nuestros días hay varias iniciativas que apuntan quizás a un futuro más abierto y colaborativo:

  • El auge del software libre, y las licencias de explotación con mayor o menor control por parte de terceros: Focalizados a priori en el software, lo cierto es que a cada paso empiezan a ser recibidos en otros sectores tan distintos como la universidad o la industria. Unas licencias que democratizan la figura del patentado, de forma que tú eres el propietario de la idea, pero delegas en terceros la potestad de mejorarla, modificarla y/o forkearla según un número considerable de alternativas.
  • El copyleft y la documentación: Las ideas deberían ser de ámbito común. Con esto en mente, que surgieran iniciativas como la de creative commons es un soplo de aire fresco. Documentar de forma abierta, y favorecer el uso del conocimiento anterior para futuros proyectos.
  • ¿Fin de la guerra de patentes?: Aunque no de para «tirar voladores«, el tejido necesario para mantener la eterna disputa de la posesión de ideas que resultan estándares en un mercado está poco a poco desgastando a estas empresas que abogan por atacar a la competencia. Vivimos una época en la que la opinión pública tiene las herramientas necesarias para influenciar en la toma de decisión de qué producto elegir ya no solo por su calidad, sino por el sentimiento de marca asociado. Es así como cada vez se ve con más frecuencia gigantes de la talla de Samsung/Apple, Google/Microsoft entierran el hacha de guerra, o prometen usar sus carteras únicamente de forma defensiva. Quiero pensar que en un futuro no muy lejano empiecen a llegar acuerdos realmente provechosos para todos, que acaben por desacreditar el sino del patentado.
  • Casos específicos en ámbitos de gran interés social: Aunque reducidas, iniciativas como la ley para la Innovación Médica y el Fondo de Incentivo VIH/SIDA del senador por Vermot, que recuperan la figura de la RSA (Royal Society of Arts), ofreciendo una gran recompensa y reputación a quien descubra un tratamiento efectivo (y sin patentado) contra el VIH, no hacen más que afianzar la esperanza de un futuro en el que el interés común se anteponga al comercial.
  • Filtrado social de patentes: Aunque no termina con su figura, el proyecto AskPatents (del que llevo tiempo sin oír hablar) abogaba porque en la decisión de aceptar una patente, el último voto lo tuviera la comunidad, aprovechando el potencial de las TIC, de tal manera que se evitase casos tan absurdos de patentado de ideas que son estándares o demasiado generalistas en el mercado.