tecnofobia

Leía el otro día un artículo de Enrique titulado «Gobiernos tecnofóbicos» (ES), en el que daba su punto de opinión sobre un tema tan complejo como es la legislación proteccionista europea.

Como bien sabe, algunas de las últimas features de los grandes servicios de internet no pueden llegar a la vieja Europa puesto que su legislación así lo prohíbe.

El texto es por tanto crítico con esta estrategia, ya que desde el punto de vista puramente tecnológico, retiene la capacidad de crecimiento y conlleva, como hemos estado observando, el paulatino retroceso de Europa al frente de la revolución del siglo XXI. De liderar la comitiva, a ser meros intermediarios de la actuación americana y asiática. A ser meros proveedores de infraestructura, el sector de la cadena que menos porcentaje de beneficio parece tener a medio-largo plazo.

Sin quitarle razón a Enrique, que bien sabe que la tiene, mi reflexión va más por otros derroteros.

Y es que creo que la evolución tecnológica debería hacerse teniendo en cuenta los intereses de quien la va a usar, y no únicamente hacerse porque se puede hacer.

Sobre Facebook Moments y la democratización del reconocimiento facial

¿El mejor ejemplo? Facebook Moments, presentado hace unos días, es la enésima iteración del gigante social en post de democratizar el reconocimiento facial en todo el mundo.

Ver en Youtube (EN)

Este servicio permitiría, al igual que Google Photos, reconocer caras en nuestras fotos subidas en Facebook, generando automáticamente colecciones privadas que se compartirían con los interesados.

Al igual que en el caso de Google Photos, ayuda a que de pronto, la tecnología sea la que, en base a unos algoritmos, categorice nuestro catálogo audiovisual y nos ofrezca nuevas lecturas basadas en la contextualidad. La tecnología genere automáticamente patrones de organización de nuestro historial, de nuestro profiling.

El problema entonces no es que Facebook lo implemente. De hecho creo que a todos nos gustaría tener un servicio así para ordenar automáticamente nuestras fotos.

El problema es que gracias a ello, los gobiernos de medio mundo tendrían una herramienta gratuita y masiva para reconocer rostros en fotografías. Y ya contarían con esa inmensa base de datos audiovisual que representa Facebook.

Y eso en sí no sería un problema si no fuera porque sabemos a ciencia cierta que los gobiernos, y en especial el americano, tienen acceso a esa información, y han demostrado aprovecharse de ella para fines tan poco loables como el control del voto de un país.

El problema es por tanto los malos usos asociados a las nuevas tecnologías.

Facebook Moments es un producto redondo, ya que funciona de forma opaca al usuario, y le ofrece una manera más de consumir y compartir el contenido que ya tenía en su perfil.

Pero no llega a Europa no únicamente porque los políticos europeos sean unos dinosaurios (que quizás también), ni porque Europa afile sus dientes para evitar que empresas americanas hagan todavía más negocio en su terreno (que quizás también), sino porque se necesitan voces críticas para que esas innovaciones sigan los caminos adecuados.

La dificil balanza entre innovación y gestión del riesgo

Y quizás ese camino pase a veces por prohibir una tecnología cuya lectura, si rascamos un poco más su superficie, puede que acabe por ser contraproducente.

Y también se equivocan (el derecho al olvido tiene bastantes más peros que beneficios). Y también hay, dentro de la complejidad esperable, casos como el de la economía colaborativa de Uber, que atentan ya no solo con el statu quo de las instituciones locales, sino también con el statu quo de muchos trabajadores que se encuentran, de pronto, frente a un nuevo jugador que juega con muchísima más ventaja. Un nuevo jugador que se acabará anteponiendo, pero que se va a cobrar muchas víctimas inocentes (y algunos caraduras) en el transcurso.

El trabajo que está haciendo Europa a nivel de presión corporativa no es baladí. De hecho, le ha costado una posición que históricamente lideraba.

Ya dije en su momento que quizás la mejor herramienta que tiene Europa hoy en día para defender su solvencia tecnológica es precisamente atraer a toda esa oleada de empresas tecnológicas que se han sentido hostigadas por gobiernos como el estadounidense, cuya política es de apertura por defecto a la innovación, y de paso obligatoriedad de compartir datos y tecnología para sus fines.

Que Twitter y que Facebook hayan decidido «dividirse» ideológicamente en dos para albergar en nuestro territorio centros de datos y oficinas no únicamente con el objetivo de estar más cerca de sus clientes (podrían haber hecho lo mismo con una CDN), sino también para no tener que responder a las peticiones de acceso de su gobierno, es algo a tener muy en cuenta.

Porque esa vieja Europa quizás tenga un poco de carcamal, de aparente tecnofobia, pero está hoy en día plantándole cara a los grandes por aquellas situaciones que (acertada o equivocadamente) considera injustas para sus ciudadanos.

Y aun así ni es una santa, ni tiene complejo de Robin Hood. Por un lado lucha por nuestros intereses, y a puerta cerrada negocia con las corporaciones para volverse más como EEUU. Porque al final analizar individual y lateralizadamente una estrategia tan amplia como la gestión de la innovación de un continente no es tan sencillo ni simple.

Entran en juego intereses cruzados, presiones de distintos lobbies y países, economía, chantajes y hasta acuerdos de cesión dual (yo cedo hoy por aquí, tú cedes mañana por allá) que complican, y de qué manera, comprender todas las ramificaciones que tiene el asunto.

¿En líneas generales? Creo que la postura crítica de Europa es un acierto para el bien común, siempre y cuando se haga «principalmente» (es absurdo esperar que no haya voces críticas levantadas por razones más egoístas y/o interesadas) con el objetivo de reflexionar en abierto sobre hacia dónde nos conduce la tecnología. No por gobiernos tecnofóbicos, sino por gobiernos que quiero pensar que están bien dirigidos por analistas de tecnología con dos dedos de frente.

La tecnología es un medio y no un fin. No debemos olvidarnos nunca de ello. Y claro que hay que apoyar la innovación, pero sin que ello pase por cobrarse más de lo que nos aporta.