– Española, ¡baja ya del maldito carro! -el mulero hostigaba a los que hasta hace escasos instantes estaban ocultos en la parte trasera del Ford-150 a que saliesen rápidamente.
En medio de la frontera con EEUU, sin más luz que la que arrojaba la luna menguante del cielo, María se encontró de pronto rodeada de una oscuridad inquietante, y asediada por el ruido de neumáticos y gritos ahogados.
Una patrulla fronteriza los había localizado, y ahora tocaba correr por su vida.
Caminó unos pasos para caer de bruces contra el frío suelo. Se arrastró durante unos segundos mientras recuperaba las fuerzas, y tan pronto estuvo erguida cogió nuevamente la mano de su hija y se adentró aún más en el desierto.
No pasarían más de unos segundos cuando una luz cegadora forzó a la mujer y a la muchacha a taparse los ojos.
– ¡Deténganse!
Lunes
María despertó de golpe. Frente a ella Mandy, la criada, acababa de correr las cortinas de la habitación.
– Señora, ¿otra vez con pesadillas?
María miró a su alrededor sorprendida. Se encontraba en una amplia habitación de paredes beige. A ambos lados de la cama sendas mesitas de noche, y un libro de «El Quijote» sobre el visillo de una de ellas. Y frente a sí, un enorme ventanal a medio correr que daba a un jardín inmaculado y una calle por la que ya parecía haber movimiento.
Atinó a buscar con una de las manos a su alrededor, pero le interrumpió nuevamente la voz de la criada:
– ¿Busca a Clara, verdad? Tranquila, ya se ha ido al colegio.
– ¿Pero…?
– Ni pero ni peras, holgazana -Mandy terminó de correr las cortinas e invitó «cortésmente» a María a salir de la cama haciendo ademán de quitarle las sábanas-. Es hora de levantarse. Además, ¿recuerda que hoy tiene desayuno con sus amigas? En 15 minutos en la cafetería de Tom.
Para cuando se quiso dar cuenta, María estaba vestida y caminando junto a Rosa rumbo a su cita. Una pareja que pasaba a su lado las saludaron efusivamente, y María se sorprendió haciendo exactamente lo mismo.
– Rosa, ¿pero quiénes eran?
– ¡Ay María! Hoy estás muy despistada. Eran Georgy y Melisa. ¡Si hasta estuvimos el finde pasado en la barbacoa que hicieron en su jardín!
Martes
María entró en la cocina al tiempo que se cerraba la puerta trasera de casa. Por una de las ventanas pudo ver cómo su hija salía corriendo con la mochila de clase.
Iba a ir tras ella, pero Mandy, que acababa de darse la vuelta, se interpuso con un plato de tortitas y esa sonrisa de oreja a oreja que le caracterizaba:
– ¡Buenos días señora! ¡Veo que hoy se ha levantado con mejor pie!
– No… no entiendo nada. ¿Dónde estoy?
Mandy torció la boca disgustada, pero pronto volvió a sonreír:
– Pues ya veo que no. Seguimos con esas fuertes jaquecas, ¿verdad? Ya nos avisaron que es algo normal para aquellos que entran en el Programa de Inmigración Estatal. Pobrecita lo que ha tenido que vivir en Europa…
– Tranquilícese -dijo mientras la ayudaba a sentarse en la mesa y le servía el café-. Mi madre siempre decía que no se puede empezar un día sin una buena taza de café bien caliente y un cupcake.
– ¿Pero Mandy, no había preparado torti…? -la voz de María se apagó al darse cuenta de que en efecto encima de la mesa había un plato con cinco grandes cupcakes de chocolate y fresa- Juraría que me había dicho…
– Juraría, juraría -le interrumpió la criada-. Ahora le traigo las pastillas que le recetó el médico. Y recuerde, en veinte minutos ha quedado para desayunar con sus amigas en la cafetería de Tom.
Miércoles
María entró en la cafetería. El local estaba a rebosar, y tan pronto cruzó la puerta todos se giraron y la saludaron efusivamente, para volver al instante con lo que estuvieran haciendo.
No le dio tiempo a sorprenderse, ya que desde una mesa del fondo Rosa, Ali y May Ling le hacían ademán para que se acercase:
– ¡Qué suerte tenemos!
– Y tanto Rosa ¡El Programa nos ha cambiado la vida!
– Sobre todo a ti, golfa. Desde que estás con Rob tienes mucha mejor cara. ¡¿Qué te da?!
Las tres se pusieron a reír a viva voz mientras María se sentaba y la camarera le llenaba la taza de café:
– Últimamente me están pasando cosas muy raras, chicas -dijo tras pegar un sorbo a la taza-. Tengo la cabeza echa un lío. ¿Alguna recuerda cómo llegó hasta aquí?
– Claro -Ali la miró sorprendida-, como todas, huyendo de La Descentralización. Inmigración nos cazó en la frontera y nos dieron la oportunidad de entrar en el Programa.
– Ya ya, eso sí. Pero ¿qué ha pasado desde entonces? Es decir, ¿cómo hemos llegado hasta aquí?
– Pues lo que ya sabes mujer. Ali ha engañado al hijo del panadero para que se case con él. Rosa se cepilla al tío bueno de Rob, y mientras una servidora os sujeta las velas a las tres -May le dio un codazo cómplice a su amiga y todas estallaron a reír.
– No no, no me refiero a eso. Digo qué hicisteis ayer, o antesdeayer. ¿Desde cuándo estáis aquí?
– Pues desde… -la sonrisa de May se quitó de golpe-. Desde…
Una taza cayó al suelo cerca de ellas, desparramando todo el café y salpicando a María. De golpe el bullicio de la cafetería se paró, y todos los allí presentes volvieron la vista hacia María… para acto y seguido volver a lo que estuvieran haciendo.
– Bueno, ¿y qué? -era May quien hablaba- ¿Nos vas a contar cuál es el «secreto» de Rob?
Todas, menos María, estallaron a reír.
Jueves
María caminaba por la calle rumbo a la cafetería donde había quedado esta mañana con sus amigas.
Cada vez que se cruzaba con alguien, ambas partes se saludaban efusivamente.
Reconocía a todas las personas del barrio, pero a la vez le parecían completos desconocidos:
- Aquel chico de allí se llamaba Adam y era de descendencia alemana. María sabía que estaba saliendo con la hija de Jhon, Teressa.
- Aquellos dos niños que jugaban a basket en el porche de la familia Clayne eran Rodolfo y Albert. Ambos también acogidos al Programa tras llegar como inmigrantes ilegales portugueses y austríacos respectivamente.
Todos eran increíblemente felices. Y no es para menos. Tenían la infinita suerte de vivir el Sueño Americano. Un sueño que se valoraba aún más si como era el caso de la gran mayoría de inmigrantes que poblaban el barrio, venían de la Barbarie o La Descentralización.
EEUU era desde hacía décadas El Dorado ansiado por millones y millones de personas, y un ejemplo a seguir por la amplia mayoría de culturas que conformaban nuestra civilización.
Un estado de derecho hipercapitalista regido por el gigante de las compras online. La cuna de Reminder, y con la certeza de que en aquella tierra, si trabajabas duro, podías llevar a cabo cualquier sueño:
- Ese había sido el caso de Abdel Alim, un marroquí que llegó al pueblo hacía ya cosa de dos años gracias al Programa y era hoy un orgulloso regente de la Confitería Alim, los mejores dulces de la zona.
- O de Alizee, una francesa de apenas 27 añitos que había llegado a norteamérica buscando una cura para la enfermedad crónica de su hijo. 6 años más tarde de que venciese su esperanza de vida, el chaval jugueteaba con sus nuevos amigos y formaba parte del equipo junior local de fútbol americano.
Estaba pensando en ello cuando, al girar la esquina, se encontró de bruces con otra persona, haciendo que éste trastabillara hacia atrás y tuviese que soltar la bolsa de fruta, que se fue rodando en diferentes direcciones.
– Ay, perdón, ¡perdón! -alcanzó a decir María mientras ayudaba al joven a recoger la compra.
– La culpa es mía, señorita -su voz le resultaba familiar-. No se preocupe.
María levantó la vista y durante un momento sus miradas se cruzaron. «Alejandro» le vino a la mente, y sin embargo era la primera vez que lo veía:
– ¿Nos conocemos?
– Temo que no, pero eso tiene fácil solución -la voz del chico se tornó pícara-. Mi nombre es…
Viernes
– ¡Alejandro! -María corría en la oscuridad del desierto totalmente perdida mientras sujetaba la mano de su hija y tanteaba el vacío con la otra- ¡Alejandro! -susurraba en las sombras.
– Tranquila, tranquila -era la voz de Alejandro-. Shhh, silencio, ya estoy aquí.
– Estamos rodeados, amor -le abrazó y no pudo más que echarse a llorar-. ¿Qué hacemos?
– Tranquila, estaremos juntos -Alejandro le acarició la cicatriz de la mejilla-. Como siempre. Recuerda.
María se despertó de golpe en la cama, e inconscientemente buscó su cicatriz en la mejilla derecha.
Allí, por supuesto, no había nada.
En ese mismo momento entró Mandy en la habitación:
– ¡Buenos días, señora! ¿Cómo se…?
– Tengo que irme -le interrumpió bruscamente la chica.
– Su hija se acaba de ir.
– Qué casualidad… -dijo irónicamente María mientras se cambiaba rápidamente de ropa y salía de casa rumbo a la frutería.
– ¡Alejandro! -gritó María al ver que al chico en uno de los pasillos del mercado, lo que hizo que todos los allí presentes se giraran de golpe, para volver a sus quehaceres un instante después- Algo raro está pasando.
– María, ¡¿qué ímpetu?! -le respondió gratamente sorprendido el chico-. Otra vez nos vemos.
– ¿No recuerdas nada? ¿El desierto? ¿La noche cerrada? ¡¿Nuestra hija?!
– Emmm, perdona -Alejandro miró en derredor suyo manteniendo las formas-. Veo que tienes mucho sentido del humor.
Uno de los pollos que tenían en una de las tiendas cercanas salió disparado, causando un gran revuelo que les interrumpió momentáneamente la conversación.
– Escúchame Alejandro -le dijo María mientras le volvía la cabeza hacia sí-. Me dijiste que estaríamos juntos, COMO SIEMPRE.
El chico frunció el ceño, para al momento borrar esa sonrisa que tenía en una mueca de dolor.
– Ya es suficiente -George, el tendero, reprochó la actuación de María al tiempo que todos los allí presentes borraban su perpetua sonrisa de la cara y se la quedaban mirando.
María dio unos pasos hacia atrás pero fue sorprendida por unos brazos que la agarraron. Se soltó cómo pudo deslizándose hacia abajo y corrió hacia la carnicería, donde cogió uno de los cuchillos y amenazó a todos aquellos que se le acercaban.
– ¡Ni se os ocurra! -gritó- Alejandro, ¿ahora lo recuerdas?
A escasos metros el chico seguía tirado en el suelo mirándola sorprendido.
– ¿Te acuerdas de mi cicatriz, cielo? ¿De cómo me la hice?
– María, tranquilízate… y suelta ese cuchillo, por favor -era el carnicero quien hablaba.
– ¡La cicatriz!
– En la mejilla… ¿derecha? -Alejandro respondió, sorpendiéndose a sí mismo.
– ¡Sí, sí! Esta misma cicatriz -María arrastró el filo del cuchillo por su mejilla.
Sábado
Los ojos de María se abrieron de par en par.
Esta vez no estaba en su habitación, sino en una especie de hospital conectada a varias máquinas que la mantenían intubada.
Arrancó como pudo el visor que tenía sujeto en su cabeza, y tiró del tubo que la había estado alimentando y nutriendo de oxígeno todo este tiempo, incorporándose en una especie de mesa de quirófano. Le fallaban las fuerzas, le dolía cada músculo de su cuerpo, y todo le daba vueltas.
Miró asustada a su alrededor, para darse cuenta de que no estaba sola. En la sala habría decenas de personas conectados a las mismas máquinas, y aunque la mayoría estaban demacrados y sucios, reconoció rápidamente a alguno de sus vecinos.
Se levantó, pero tuvo que sujetarse a una mesita llena de instrumental para no caer.
Un hombre ataviado con ropa de laboratorio se le acercó, pero María le amenazó con un bisturí que estaba a su alcance.
-Alej… -tuvo que toser para recuperar la voz-. Alejandro Cadenas -dijo en un hilo de voz- y mi hija. ¿Dónde?
El hombre señaló a un par de mesas donde en efecto estaban ambos.
María se arrastró hacia ellas, liberándolos de su cautiverio mientras el hombre pedía al resto de trabajadores que se mantuvieran alejados:
– Entiéndalo. Esta era la manera más justa que encontramos de dar salida a la alta demanda de inmigración que llega a nuestra frontera. Amazon ha dado vía libre a que todos vosotros viváis la vida que os gustaría haber llevado en nuestro país. Ese «Sueño Americano», aunque sea digital.
– De hecho sois de verdad afortunados, emm María -continuó otro mientras ojeaba un documento-. ¿Acaso crees que ese Sueño Americano es una realidad incluso para los que hemos nacido aquí? Como ocurre en todo el mundo no hay trabajo para todos, y eso en un país que requiere tener dinero para afrontar cualquier contratiempo, sueños e ideales incluídos.
– Si apenas podemos sobrevivir los de aquí, ¿cómo esperas que hagamos con todos los que venís de fuera?
– ¡Me da igual! -María sujetó a Alejandro y a su hija, que estaban aún conmocionados por el brusco despertar-. ¿La salida?
– Allí -le señaló un tercero-. Pero de verdad, lo que os espera detrás de esa puerta es mucho peor que la vida que podríais llevar en el Programa.
María, Alejandro y la niña cruzaron la puerta, saliendo de aquel infernal sitio.
…
Domingo
– ¿Es increíble, verdad?
– Totalmente. La simulación ha sido todo un éxito. Incluso en casos de correlación tan baja como es el caso del sujeto E-3417659, la idea de crear una doble simulación ha salvado literalmente el Programa.
– María vivirá la vida que quería vivir. Una vida tan cruda como la de cualquiera de nosotros en este gran país. Y lo mejor de todo, con la confianza de haber sabido reconocer el engaño.
– Solo que, en efecto, no lo ha hecho -dijo socarronamente mientras le daba dos toques juguetones al brazo de la mujer que tenían intubada en la mesa.
Ambos recogieron su equipo y cruzaron el largo pasillo de mesas con sujetos conectados camino hacia la puerta de salida.
– Por cierto, me ha encantado el detalle de la hija. ¿Te has dado cuenta de que en ningún momento se plantea cuál es su nombre?
– Es otro hilo que quiero probar -dijo orgulloso el otro- ¿Habrá algún sujeto que sea capaz de saltar al tercer nivel?
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Inspirado en toda esa nueva oleada de proteccionismo antiglobalización, nacionalismo e independentismo que está azotando a cada vez más países democráticos.
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Excelente relato.
Saludos.
Muchas gracias Christopher!!!