matchmaking

Elena jugaba ansiosa con la pajita que tenía justo delante. Había llegado cerca de diez minutos antes de la cita, después de pasarse unas cuantas horas eligiendo en casa qué vestido ponerse, y para pasar el rato, no se le había ocurrido nada mejor que pedirse un batido de medio litro de vainilla, que llevaba ya por la mitad.

Un día es un día.

Se había defendido. A fin de cuentas hoy era un día especial.

Por primera vez conocería en directo a David, un chico con el que llevaba chateando ya unos cuantos meses.

¡Qué nervios!

Los antecedentes

Elena había conocido a David, como la mayor parte de las parejas de hoy en día, mediante un match en Reminder.

Ya ni era capaz de recordar la de horas que se había pasado retocando las seis fotos de perfil que Reminder Citas permitía seleccionar entre todas las subidas en nuestro perfil, y optimizando al máximo la bio para separarse de aquellos asquerosos que únicamente querían enviarle fotos de poyas.

Y un día, como si nada, apareció ese match de David.

Al parecer al chico le había llamado la atención Elena por una de sus fotos, en la que posaba sujetando un viejo ordenador portátil, con una leyenda que decía:

¡Qué friki soy! ¿Nos echamos un solitario? #XD

Elena, de hecho, había subido esa foto días antes con el fin de reducir el porcentaje de sebosos que la escribían. La mayoría de los chicos de su edad no habían tenido entre manos ningún ordenador de ese estilo, y así al menos podría dar con alguien con un poco más de cabeza.

Dicho y hecho.

Al ver que tenía match con David, lo primero que hizo Elena fue ir a ver su perfil público, y descubrió que al menos en apariencia el chico estaba de buen ver, y que además, por una de sus fotos en la que aparecía en un estudio junto a libros, parecía ser buen estudiante.

Cumplía ya de paso el prototipo de perfil que podía interesarle a Elena, como bien le informó el sistema de matchmaking de Reminder. Tenía otra foto con amigos sin ninguna botella o vaso de alcohol de por medio, lo que a ojos del algoritmo arrojaba confianza, salud y familiaridad, otra en la que estaba corriendo por el parque (era una persona deportista) y ninguna sacada delante del espejo del baño (habitualmente asociada a perfiles puramente interesados en el factor físico de sus match).

Medía 1,76 cms, 10 más que Elena, y pesaba 80 kgs, así que estaba justo en el límite inferior de sobrepeso según los estándares MCI. Y su bio rezaba:

22 años, deportista, estudiante de informática y nómada digital. Mi cita perfecta es una tarde tranquila y una buena peli acompañada de tí. #hazmeMatch #elchicoideal

Al principio a Elena le pareció algo soberbio, pero se animó a lanzarle un escueto «Hola!» por el chat al ver que la bio no contenía ninguna falta de ortografía.

Él respondió con un «¡Hola Elena! Me ha encantado tu foto sujetando ese i9 de 10ª generación. ¿Dónde lo conseguiste?», y lo demás, como quien dice, es historia.

Llevaban desde entonces dos meses chateando, y pese a que ya habían hablado por videollamada en más de una ocasión, e incluso habían «jugado» un poco con la cámara de Reminder, lo cierto es que esa primera cita le ponía, para bien, de los nervios.

La cita

-¿Perdona -se aclaró la voz-, Elena?

La chica salió de golpe de sus ensoñaciones. Delante de ella, justo frente a la mesa, se encontraba David.

-¡David! -Elena no pudo contener su expectación- ¡Por fin podemos vernos!

-Ya ves, tía -ambos se abrazaron, seguramente más tiempo del que era prudente-. Perdona que llego como unos minutos tarde. Me acabo de conectar ahora.

-Nada, tranquilo. Es que hoy tenía tiempo y llegué un poco antes. Joer, ¡qué ganas tenía de verte! Siéntate, siéntate, ¡y hablemos!

Y el tiempo fue pasando rápido pero inexorablemente alrededor de aquellos dos tortolitos. Él se pidió un refresco con gas, y más tarde acordaron compartir unas patatas cuatro salsas para «picar mientras venía el hambre».

Todo iba saliendo a pedir de boca. David era justo igual que había demostrado ser por chat. Un poco egocéntrico, pero ¿quién no lo era hoy en día? Y un encanto de persona, además de por supuesto muy atractivo, con esa voz varonil y esas manos tan grandes.

Todo iba saliendo a pedir de boca. Elena estaba encantada, pero de pronto algo empezó a molestarle.

  • ¿Era ese «deje» del norte que tenía? No, de hecho hasta le parecía sexy.
  • ¿Quizás el cómo, de vez en cuando, movía el brazo para expresarse? Juraría que tampoco. Quedaba un poco gay, todo hay que decirlo, pero dentro de los límites aceptables.
  • ¿La colonia que usaba, quizás? Elena tenía un olfato de lince, pero realmente también le gustaba.
  • Y entonces, tras un buen rato de rallada mental, dio con el problema: ¿Pero David no tenía los ojos azules?

Mientras él seguía contándole su viaje más allá de la zona civilizada, repasó de memoria las fotos que durante todo este tiempo el chico le había pasado. Y juraría que en todas tenía los ojos verdes.

Y ahora, de pronto, no podía dejar de mirarle los ojos. Esos iris de un color verduzco pardo, con algunos puntitos amarronados, que se movían constantemente mientras David se expresaba, viajando de los suyos a sus labios, y separandándose momentáneamente para devolver la vista a la cristalera que daba acceso a la calle o al camarero cuando les sirvió los primeros.

¿Sería su imaginación que le había jugado una mala pasada? O peor aún, ¿sería verdad, y en efecto David tenía en las fotos otro color de ojos? Por que si era esto último, ¿en qué más le podía haber mentido?

Metió la mano en el bolso para buscar su Reminder, y mientras afirmaba a la pregunta que le había hecho el chico, tanteó con el aparatito hasta que dio con la app de mensajes y pudo abrir alguna de las fotos.

¡En efecto! Repasó algunas de las últimas y en todas, todas, los ojos de David eran de un azul claro, como el de una mañana despejada.

La revelación

-Una cosa David -Elena le interrumpió bruscamente-. Hay una cosa que no entiendo -sacó el reminder del bolso y se lo mostró-. ¿En esta foto tienes los ojos azules?

El chico, sorprendido, afirmó con la cabeza.

-Claro, ¿qué…?

-¿Y en esta otra también? -Elena hizo swipe para mostrar la siguiente.

-Pues sí -David frunció el ceño-. ¿Cuál es el problema?

-¡Pues que tus ojos son verdes, no azules!

-Mmm… ¡ya! -afirmó sorprendido el chico- ¿Sabes que en la app se puede cambiar el color fácilmente, verdad?

-A ver -Elena se llevó las manos a la cabeza-. ¿Es que no lo entiendes? Si antes tus ojos eran azules, y ahora son verdes, ¿qué credibilidad puedo dar a todo lo demás? ¿Cómo voy a saber si dices la verdad o si me estás mintiendo? ¿Si eres tal cual estoy viendo, o esto es un simple constructo?

-Pero Elena…

-No no, ¡me niego! -Elena se levantó de golpe de la mesa, atrayendo la atención de algunas de las mesas cercanas-. En serio que esto no me gusta nada. Quedamos en que no nos íbamos a mentir nunca, y ahora me entero que no sé ni de qué color son tus ojos.

-Elena, que mis ojos son verdes… De verdad que no pensé que esto iba a suponer un problema, sinceramente. Yo soy así, como ves -se tocó los hombros y las rodillas-. Llevamos ya cerca de dos meses hablando y, en serio, no me pude imaginar que un retoque tan tonto podría ser un problema… Lo siento. Si quieres, lo cambio ahora mismo.

-Yo también lo siento, David -Elena bajó la cabeza para ocultar un par de lágrimas que amenazaban con caérsele por las mejillas-… Déjame un tiempo para pensar.

-¡Elena!

Pero Elena ya se había desconectado, dejando a David solo en la sala.

Jorge, un cincuentón con obesidad mórbida, desconectó el avatar de Elena y se quitó las gafas de realidad virtual.

-Qué asco le tengo a los que se hacen pasar por otras personas… -masculló para sus adentros en la oscuridad de aquél dormitorio repleto de basura, y mientras tapaba su cuerpo desnudo con una manta, escribió a sus padres, que estaban en la habitación de al lado, para que le trajeran algo de comer.

_

Inspirada en la cada vez más cercana ruptura de la cuarta pared y la paulatina democratización de la realidad virtual.

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