Estamos acostumbrados a beneficiarnos de herramientas y servicios con solo rellenar un formulario.

Lo que en principio es gratuito y hasta cierto punto poco molesto (jode más tener que pagar una mensualidad).

Pero detrás de este trámite, se esconde un negocio realmente productivo para las empresas, que es el acceso (y en muchos casos el derecho a la publicación o comercio) de la información personal de sus clientes, así como sus hábitos.

Qué Facebook nos pida nuestro nombre y apellidos real es entendible, así como un email válido e incluso el móvil para activar su uso en smartphones, pero de ahí a facilitar a terceros nuestra información hay un largo trecho. 

Ningún servicio es gratuito (y si te dicen lo contrario te están mintiendo vilmente). Aceptamos unas políticas de privacidad y unas bases legales que por lo general, permiten el libre comercio con nuestros datos, amparados una pseudoley globalizada para internet, fuera de la legislación de buena parte de los países. Es por ello que facebook nos muestra publicidad que puede interesarnos, y las empresas anunciadas saben qué clikeamos y cuando lo hacemos, además de conocer al resto de nuestros amigos que comparten nuestros intereses.

Vivimos en una era en la que la privacidad no existe (pregúntenselo al FBI, que nos tacha de terroristas si hacemos lo contrario). Hay que acostumbrarse a olvidarse de nuestra privacidad, o dejar de consumir contenido.

Un situación desagradable, sí, pero menos que tirar de talonario.