moneda fiat

Quien escribe estas palabras no es precisamente un defensor a ultranza de las criptomonedas.

Ya he escrito ríos de tinta sobre ello, así que no voy a repetirme mucho. Es más, dejaré al final de esta pieza una serie de enlaces relacionados con el sector crypto.

Pero esto no quita que vea el valor que han dado, y muy probablemente seguirán dando, en el futuro.

Ya sea por la tecnología que encierra en su interior, ya sea como simple reservar de valor, ya sea por la importancia que tiene el hecho de que estén basados en un sistema descentralizado, lo cierto es que a no ser que ocurra una hecatombe tecnológica, las criptomonedas han llegado para quedarse.

Pese a que haya mucha reticencia gubernamental por limitar su alcance.

Por el simple hecho de que ofrecen una alternativa al dinero tradicional. Al dinero FIAT.

Sobre esto último quería hablar, ya que si bien el dinero tradicional ha demostrado funcionar a lo largo de miles de siglos, y las criptomonedas tienen apenas un par de décadas de historia, tampoco es oro todo lo que reluce.

A colación de esto, quería dejar por aquí un tweet de Elon Musk que, sinceramente, creo que debería darnos qué pensar:

Las abstracciones monetarias que nos han llevado a este escenario económico

Con matizaciones, el bueno de Elon tiene más razón que un santo.

La mayoría de la sociedad asume que el dinero FIAT es seguro. A fin de cuentas, está basado en el valor del oro, la plata o el metal precioso que corresponda a la moneda que usemos.

Pero la realidad es que en ese proceso de abstracción, hemos ido asumiendo no pocas consideraciones que no tienen un reflejo real en en el mundo que nos rodea.

Me explico.

Primera abstracción

La moneda como tal nace de la necesidad de democratizar el intercambio de bienes entre particulares. Hasta su creación, la única manera que había de intercambiar bienes era… intercambiándolos directamente.

Yo tengo cabras, y tú tienes madera, así que te intercambio una cabra por esos tablones que tienes ahí.

Por supuesto, fijar cuántos tablones de madera corresponden a una cabra, y cuántos tablones de madera corresponden a una gallina, o a cuántos litros de leche, o a cuánta ropa y de qué calidad, pues es un cálculo realmente complicado de realizar.

Así que al pueblo donde ambos vivimos llegan unos y dicen:

Mira, a partir de ahora, en vez de intercambiar directamente las cabras y la madera, yo te puedo vender una cabra por X monedas, y tú me vendes la madera por Y monedas.

De pronto, se simplifican las transacciones, ya que no tenemos que calcular para cada caso cuánto corresponde a qué. Cada uno pone un precio en monedas basado en la oferta y la demanda (o lo que le de la gana), y para colmo, esto separa la necesidad de producción del consumo (mayor acceso a la economía social), así que todos felices.

Eso sí, hemos asumido por el medio que esa moneda tiene un valor Z.

Aquí entra la primera abstracción.

Segunda abstracción

Ese valor, por cierto, viene dado por el coste de producción de esa moneda más el material con el que está hecho.

¿Problema? Pues que esto no es sustentable con el tiempo, así que llega otro al pueblo y dice:

¿Sabes qué? Que a partir de ahora yo, como jefe/rey/emperador/Dios certifico que esta moneda tiene este valor porque pasará a ser un token de mi reserva de oro, plata o diamantes que tengo a buen recaudo en mi palacio.

Segunda abstracción.

La moneda, un bien físico, ya no vale lo que vale producirla, sino lo que un tercero con autoridad dice que vale en base a la fortuna en materias que tiene.

Que es, a fin de cuentas, como un «pagaré», un elemento que certifica que yo he cambiado esta cabra por tanto oro-plata-loquesea, aunque ni tú, ni yo, tengamos ese oro-plata-loquesea.

Y es más, puesto que ahora ya no importa el metal con el que está hecha la moneda para su valor, pues creamos los billetes, que son más económicos de producir.

Pues bien, seguimos.

Tercer abstracción

Un buen día llega otra persona a la aldea, e informa:

A partir de ahora, quien quiera puede guardar su dinero en nuestra fortaleza. De esta manera, nosotros nos aseguraremos de que ese dinero no lo pueda robar nadie, y de paso, podréis seguir haciendo transacciones entre vosotros con este objeto de aquí.

Ese objeto no es otro que una tarjeta. Un nuevo «pagaré», que primero era físico, y ahora pasará a ser digital.

Gracias a ello llegamos a la tercera abstracción.

Ya no es que no tengamos el oro-plata-loquesea, sino es que tampoco tenemos el dinero (monedas-billetes) como tal. Lo que tenemos a partir de ahora es un papel (o una tarjeta con 1s y 0s) donde dice que nosotros tenemos tanto dinero.

Lo más simpático de todo, y que ya ha quedado demostrado en los numerosos corralitos que se han vivido en la historia de estos últimos siglos, es que ese dinero que tenemos cada uno de nosotros no existe como tal. Si todos quisiéramos mañana ir a esa fortaleza llamada banco a sacar el dinero, el banco nos respondería con mucho tacto que no puede dárnoslo, y que volvamos mañana, por eso de que solo están obligados, aquí en Europa y por ley, a tener entre el 1 y el 3% en efectivo (un 8% de los activos ponderados de riesgo, como bien me señalaban en comentarios) de todo lo que manejan.

A cambio, esto viene genial para una nación, por el simple hecho de que en cualquier momento puede producir más dinero sin tener que fabricar más moneda, y ni tan siquiera tener más reservas de ese oro-plata-loquesea.

Es decir, que hoy en día hacemos transacciones con pagarés de pagarés de una reserva de valor que, como tal, no existe.

Y esto, ojo, es la realidad de la economía mundial. No es una lectura conspiranoica ni nada por el estilo.

El papel descentralizado e inmutable de las criptomonedas

Todo el sistema económico mundial se basa en el valor de unos 1s y 0s que entre todos le hemos dado, ya que por debajo solo hay entelequias de lo que en su día fueron una serie de abstracciones del bien raíz.

Bajo este prisma, y volviendo al tema de las criptomonedas, quizás debería darnos mayor tranquilidad que nuestra reserva de valor esté basada en el trabajo (aunque sea virtual) auditado por cualquiera, no editable, y gestionado de forma descentralizada, y no en la confianza en un sistema centralizado en el que, en cualquier momento, un agente de autoridad puede decidir «imprimir» nuevos billetes digitales que hagan que el valor de nuestra cuenta bancaria se reduzca artificialmente.

Unas criptomonedas que podemos tener en una cartera virtual de nuestra única propiedad (con los riesgos y ventajas que tiene esto), y no en la fortaleza digital de un tercero, que puede unilateralmente decidir si nos da o no acceso a nuestro capital.

Que en esto no todo es blanco y negro, vaya.

Y que, en todo caso, siempre es positivo que tengamos alternativas.

Nunca fue bueno tener todos los huevos en la misma cesta. Y esto es lo que hemos estado haciendo hasta la irrupción de las criptomonedas…

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