época convulsa

El otro día estaba comentando con Èlia lo curioso de esta época que nos ha tocado vivir.

De pronto, algunas de las comodidades que asumíamos como básicas, ya no lo son. Y pese a todo la vida sigue.

Quería poner tres ejemplos:

Suministros y globalización del mercado

2020 ha sido el año de la pandemía, y también, para muchos afortunados, entre los que me incluyo, la primera vez en nuestra vida que hemos tenido incertidumbre sobre si podríamos abastecernos de víveres considerados básicos.

El mejor ejemplo lo tenemos en ese marzo/abril donde la gente, motivada por ese miedo irracional al futuro próximo, le dio por hacerse acopio de, entre otras cosas, papel higiénico.

Ya expliqué por aquí, sobre todo con idea de desmentir los bulos internacionales que aseguraban que en Madrid no había manera de conseguir algunos víveres, que al menos en nuestra zona en ningún momento tuvimos problemas.

Ibas al supermercado de turno y tenías casi de todo. Pero el diablo está en ese «casi», porque es cierto que podías perfectamente encontrarte con que justo lo que querías, justo eso, no quedaba.

Han ido pasando los meses y afortunadamente todo ha vuelto a casi la normalidad. Y digo «casi» porque desde que ha empezado el año nos ha vuelto a pasar que, a la hora de hacer la compra de la semana, por dos veces no hemos podido traer todo lo que queríamos.

Que, recalco, se ha juntado también el temporal que está azotando España estos días con las fiestas de Navidad. Eso y que lo mismo justo el día que fuimos (sábado en ambos casos) no es ni de lejos el mejor día para ir a comprar productos frescos.

Pero esto, que antes podía haber sido una anécdota tonta (¡Anda mira, hoy no he podido comprar patatas!) lo hemos vivido este último año en varias ocasiones.

Y justo lo mismo con la entrega a domicilio.

Llevamos ya casi una década (desde que Amazon opera, y sobre todo desde que tenemos Prime en España) que al menos algunos nos habíamos acostumbrado a pedir algo en Internet y al día siguiente, máximo 24 horas, tenerlo en casa.

Este año ha sido el primero en el que ese tiempo de espera entre que pides algo y te llega al domicilio, ha aumentado.

Sin ir más lejos hace un rato he pedido un nuevo ratón, ya que el mío de viaje está ya fallando algo, y me ha sorprendido percatarme que en vez de llegarme al día siguiente, me llegará casi una semana más tarde.

De hecho he buscado a ver si cambiando de dirección o eligiendo otro producto me podía llegar alguno al día siguiente, y casualmente ninguno llegaba más temprano. Los 4 o 5 días de espera no me los quitaba nadie.

¿Es un problema? Pues no, sinceramente. De esos dramas del primer mundo.

Pero es algo que, recalco, hemos empezado a experimentar algunos este año, viniendo de una serie de años en los que cada vez más los tiempos de logística en el retail se acortaban.

Restricciones de movilidad

Otra que sí o sí a algunos nos ha tocado de primeras este año es el hecho de que, de pronto, tocaba cerciorarse de si algo tan básico como ir de un lado a otro lo podíamos o no hacer.

Y recalco que, nuevamente, quien habla es un ciudadano europeo, y por ende, probablemente una de las personas más afortunadas del mundo en cuanto a movilidad. Tener pasaporte europeo te asegura casi por completo poder ir a donde te venga la real gana. Más, de hecho, de lo que pueden hacer los estadounidenses y en definitiva cualquier otro ciudadano del mundo.

Pues este año con la pandemia eso de salir del país como que jodido. Pero lo más preocupante es que incluso ya fuera del confinamiento, las medidas (muy acertadas, ojo) de limitación de movilidad entre provincias y/o núcleos urbanos, han generado una sensación de malestar continuo incluso para algunos como un servidor, que tiene la suerte de poder trabajar desde casa.

Plantearnos como hicimos estas Navidades ir a ver a la familia tanto en Girona como en Gijón se ha vuelto una pequeña odisea, que hace tan solo un año si nos la hubieran contado hubiéramos pensado que estábamos ante un relato distópico.

Hicimos los viajes en coche, y además del DNI habitual, hemos tenido que rellenar un par de papeles para poder entrar y salir de Cataluña, y llevar con nosotros hasta las escrituras de la casa en Madrid, por miedo a que nuestros DNIs, que aún muestran las direcciones antiguas (en Madrid de los últimos pisos donde vivimos) causaran algún problema.

Eso y pedir para la vuelta, por si acaso, un justificante médico. Por si no fuera suficiente el hecho de querer volver a tu casa.

Para colmo el temporal de estos días ha dejado aún más incertidumbre en el aire, ya que con la que estaba cayendo, tuvimos que postergar la vuelta a sabiendas de que de meternos en carretera probablemente no consiguiéramos llegar.

Vamos, algo inaudito en una zona de temperaturas medias y clima más o menos rítmico y estable, como es España.

Cortes de suministros básicos

Por si fuera poco, si algo nos ha trastocado los planes más que cualquier otra cosa ha sido la constatación de que algunos suministros básicos como es el de la luz, agua e Internet no estaban tan asegurados como pensábamos.

Ya he contado las peripecias que llevo teniendo que hacer, sobre todo desde mediados del año pasado, por casa para poder acceder a una conexión más o menos decente en el pueblo donde estamos viviendo.

Antes de la pandemia, y por supuesto a falta de que llegase esa fibra que tanto anhelamos (y que ahora seguramente tarde aún más en llegar), lo cierto es que con la infraestructura de la NASA que montamos por casa nos daba de sobra para trabajar ambos desde nuestros despachos sin apenas problemas.

  • Con la pandemia y el teletrabajo forzado de millones de personas, las tres antenas que dan cobertura 4G en nuestra zona se han colapsado, y esto ha supuesto que haya días que Internet más o menos funciona, y otros que, durante un rato, no nos queda otra que dedicarnos a la vida contemplativa.
  • Estos días, nuevamente motivado por el temporal, en la zona de Madrid donde vivimos se ha ido la luz (un poste de electricidad que habrá caído), dejando a todo el pueblo sin electricidad durante casi un día, y con cortes continuos durante los siguientes días.
  • ¿En el pueblo de al lado? Justo antes de Navidad una de las antenas que suministraba conectividad a la zona se estropeó, dejando durante 10 días sin cobertura de red (no solo Internet, también llamadas) a todos sus habitantes.

Son ejemplos de situaciones que, sinceramente, un servidor no había vivido en su vida.

Incluso viviendo como viví en un pueblo de Asturias toda mi infancia no recuerdo haber tenido problemas de suministros básicos con tanta intensidad y periodicidad como lo que ha ocurrido este año.

¿Algún corte de luz, agua, gas por avería? Pues claro. Como todo el mundo.

¿Pero tanto en un año? Jamás.

Y pese a todo, somos afortunados

Pensaba en ello, y a la mente me vino al momento la suerte, que pese a todo, tenemos.

Hace tiempo leía por ahí el discurso de una persona que contaba, a raíz de la crisis del 2008, que estábamos ante uno de los peores momentos puesto que nuestra generación había sido la primera que había tenido que experimentar la falta de comodidades con las que habían crecido.

La defensa era más o menos como esta:

Nuestros padres, un buen día, se dieron cuenta que ese dispositivo que tenían en la cocina y los baños (un grifo) de no servir para nada, de pronto echaba agua.

Y un buen día, de pronto, pasó de soltar agua fría a también poder echar agua caliente.

Nuestra generación ha sido la primera en vivir el proceso contrario, pasando de un dispositivo que siempre había echado agua fría y agua caliente, a aceptar que, de pronto, el grifo solo echaba agua fría.

Solo el tiempo dirá si en efecto la generación pasada ha tenido mayor suerte que la nuestra, pero un servidor se inclina a pensar, por eso de que en directo las cosas parecen peores, que es justo lo contrario.

Y ya, si echamos la vista más atrás, la cosa queda más que clara.

Una crisis económica y hasta una pandemia, en pleno cambio climático, no son nada comparado con lo que tuvieron que vivir nuestros abuelos en plena guerra civil.

Este año muchísimas familias han visto peligrar su economía con la paulatina destrucción de un tejido empresarial que, lamentablemente, en España depende demasiado de los trabajos de bajo valor añadido (sector servicios y turismo, principalmente) y las micropymes.

Eso y todos aquellos que hemos perdido familiares por el dichoso COVID, entre los que lamentablemente me incluyo (DEP güelita).

En 2021, a las puertas de una nueva ola y con cada vez más palpable la crisis ya no solo sanitaria sino además económica que estamos viviendo, lo fácil es dejarse caer en ese agujero negro que pronostica solo mayores penurias.

Pero lo cierto es que somos muy afortunados por que esta dichosa pandemia haya llegado en un momento en el que contamos con las herramientas necesarias para luchar contra ella. Que, como ya expliqué en un artículo exclusivo de mecenas, hace tan solo una década el COVID se hubiera llevado la vida de millones de personas más, sencilla y llanamente porque la tecnología necesaria para combatirlo no estaba aún desarrollada.

Que este confinamiento lo hemos pasado de la mejor manera posible: En casa, con acceso a decenas de servicios online para estar en contacto ubícuo y en tiempo real (aunque sea de forma digital) con los nuestros, para quien pudiera (por el tipo de trabajo que tiene) siguiera trabajando desde casa, y con la posibilidad de perder el tiempo/pasar el rato consumiendo contenido audiovisual y videojuegos como si no hubiera un mañana.

Son momentos duros, pero al menos tenemos la capacidad de pasarlos juntos. Pese a que como en todas las familias haya manzanas podridas (sean políticos, sean negacionistas, sean lo que sean).

Que las ayudas para aquellos que han perdido su trabajo están llegando tarde y mal, pero al menos existen.

Somos, a fin de cuentas, afortunados.

Que épocas convulsas les va a tocar vivir a todas las generaciones. Pero al menos esta no parece, a poco que relativicemos, tan terrible como las que les ha tocado vivir a todas esas generaciones del siglo XX.

Que saldremos de esta. Vaya que si vamos a salir…