nino siria

Tenía para hoy otro artículo preparado, pero he decidido posponerlo para tratar un tema que creo debería estar como mínimo rondando por la mente de todos nosotros. Más a la vista de lo acaecido en Bruselas hace escasos minutos (EN).

Vivo en una sociedad que se vanagloria de ser democrática. En boca de todos los políticos están términos como Estado Democrático, Democracia, Cambio. El meme de estas pasadas elecciones (aún no finalizadas) ha sido el del terror a aquellos partidos considerados anti-democráticos, radicales, extremistas. De tanto repetirlo, ya suena a palabras vacías. Como a algo que huele a podrido.

No es la primera vez que lo comento, pero quiero recordarle que la Democracia es un sistema de gobierno en el que el pueblo es el que toma la última decisión, en el que es el pueblo quien tiene el poder. En una Democracia, el papel del político (que por cierto, se elegía aleatoriamente entre toda la sociedad) es el de definir las leyes y proyectos, que son expuestas a escrutinio público para que sea el pueblo quien decide si salen o no adelante. En una Democracia, el poder está representado por un triángulo invertido, justo lo contrario que tenemos en nuestra democracia.

Porque nuestra democracia no es democrática. Aquí los políticos hacen carrera como políticos. El ciudadano no elige a quien quiere que le represente, sino a qué partido quiere ver en el poder, y gracias a esa abstracción, acaban gobernando aquellos que han llegado arriba no por su valor como representantes del pueblo, sino precisamente por su valor como súbditos de una muy reducida porción de la sociedad, que cuentan con los recursos e intereses suficientes como para interferir en el sistema.

El reparto de poder no está por tanto equilibrado entre unos muchos, sino en unos pocos, que no representan al grueso de la sociedad sino a esa minoría, y que por tanto, actúa en consecuencia.

Y ojo, que la culpa de que tengamos esta democracia de pacotilla es nuestra, en el momento en el que el ciudadano vio más interesante centrase en su vida que en la vida del colectivo, delegando en los partidos la potestad ya no solo de abrir nuevos caminos, sino también de decidir por cuál se va.

Decía Tocqueville que la actual democracia es:

Un poder inmenso que busca la felicidad de los ciudadanos, que pone a su alcance los placeres, atiende a su seguridad, conduce sus asuntos procurando que gocen con tal de que no piensen sino en gozar.

Y lamentablemente es justo lo que tenemos. Una cortina de humo que nos separa de la realidad que están viviendo el resto de vecinos.

La vida en Europa

Pese a que no crea estar representado por los que en teoría me representan. Pese a que me queje de todos esos movimientos en pos de crear una sociedad de control, y que día tras día expongo por estos lares.

España, y de paso, Europa, es un entorno hostil para aquellos que creen en la Democracia, en la oportunidad de prosperar y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

A mi, como ciudadano, me encantaría tener que pagar menos impuestos. Más cuando veo cómo aquellos que más desfalcan a Hacienda se salen de rositas. También me gustaría cobrar más, o mejor, pagar menos por el alquiler del piso, que se me lleva más de la mitad del sueldo mensual.

Tener dinero para poder gastarlo en ¿ocio? Porque el ocio del primer mundo hay que comprarlo, paradójicamente.

Tener más tiempo libre para dedicarme a lo que me apeteciera, como escribir más en esta humilde morada, o viajar, y no tener «que perderlo» en el trabajo.

Pero que de vez en cuando suelte bilis por lo injusto que son algunos hechos que me afectan directamente en mi forma de vida, no quita que deba sentirme afortunado de haber nacido en estas tierras.

Porque aunque a los del primer mundo nos encante quejarnos de lo mal que nos va la vida, lo cierto es que ya quisieran muchísimos otros tener esos terribles problemas que a diario nos azotan.

Ya quisieran aquellos niños que conocí en India, y que me esperaban a la puerta del hotel no para pedirme dinero, sino para pedirme el champú y el gel del baño, tener que preocuparse por a ver cuándo me puedo comprar un nuevo ordenador.

Ya quisieran muchos esclavos de África que su mayor problema fuera el quedarse sin batería en el smartphone al final de la jornada.

La realidad es que pese a que pueda llegar a irme muy mal, esto casi seguro que jamás voy a tener que vivir en la calle. Puede que me quede sin dinero, pero tengo familia, e incluso si esta, por el motivo que sea, falta, el Estado Español y Europa se asegurarán de que como mínimo tenga un techo donde dormir y algo que llevarme a la boca, tres veces al día, que se dice pronto.

En España hay pobreza, por supuesto, pero por favor, no comparemos la pobreza que tenemos por aquí con la pobreza que se vive en prácticamente cualquier otro lugar del mundo.

Aquí la gente no muere de hambre (al menos no en tal cuantía). Aquí cualquiera tiene derecho de asistencia médica. Aquí, si eres (o puedes ser) buen estudiante, tienes por ahora la beca asegurada, que como mínimo te cubre el precio de la matriculación. Tenemos nuestros problemas, pero agradezco cada día el que sean esos y no los que están viviendo en otras partes del mundo.

Sentirse avergonzado de ser europeo

Por todo ello, se me cae la cara de vergüenza al darme cuenta que en Bruselas, en mi nombre, han decidido cerrar las puertas a nuestros vecinos. Privarles de asilo, pese a que éste esté recogido en la Declaración Universal de Derechos Humanos, en su artículo 14. Pese a que sea considerado ya no un deber social, sino humano.

La maquinaria de desinformación mediática bien se ha encargado estos últimos meses de dar forma a esa cultura egoísta que creía ya habíamos pasado hace décadas: Que si junto a esos refugiados, están viniendo otros para aprovecharse de la oportunidad. ¡Que si estamos dejando entrar a terroristas! (ES). Que quién va a pagar todo esto…

No, amigo. Nadie en su sano juicio pone en peligro la vida de sus hijos, su propia vida, si la situación no es verdaderamente desesperada.

Con políticos defendiendo su puesto de trabajo, con empresarios protegiendo sus intereses comerciales, con ciudadanos defendiendo su suerte frente al refugiado, obviamos que de lo que va este asunto es de ser hospitalario con aquellos que han sido expulsados por la guerra. Una guerra, por cierto, que también nosotros, europeos y americanos, hemos alimentado.

Cerramos las fronteras por miedo a romper nuestro statu quo con el que tan a gusto estamos (pese a que nos quejemos continuamente). Que nosotros ya estamos viviendo una crisis, como para hacernos cargo de otra…

Además, es hasta por seguridad, que el ISIS está oculto entre todos esos niños que a diario mueren en nuestras costas. Ese grupo terrorista que conviene confundir con una religión, generalizando, y apoyándonos en el miedo a lo desconocido.

Si un servidor, un ciudadano más de Europa, se ha dado cuenta de que cerrando la puerta a los refugiados lo único que conseguimos es cumplir a rajatabla la estrategia de terror de la yihad, no me quiero imaginar de lo que se habrán dado cuenta todos esos políticos que en Bruselas se han puesto de acuerdo para ello.

Tanto que hasta empiezo a pensar que en efecto, lo más interesante es que el ISIS siga creciendo hasta que haya razones más que suficientes para bombardear todos los territorios ocupados por la banda y de paso, colocar allí vasallos de Europa y EEUU que nos suministren petróleo y demás bienes a bajo coste. No sería la primera vez que lo hacemos, ya sabe (ES).

Y esto hace que me sienta avergonzado, puesto que se lleva a cabo en nombre de los míos, a sabiendas que el grueso de europeos estaríamos dispuestos a sacrificar parte de nuestros bienes porque estas familias tengan una nueva oportunidad.

Es hoy por ti, mañana por nosotros. Que esta era dorada no durará mucho, y quizás entonces necesitemos ayuda de aquellos que consideramos «segundo y tercer mundo».

Así que aprovecho este muro para pedir perdón, como mínimo de mi parte, a todos los que mi continente ha negado la entrada. Y usted puede hacer lo propio compartiendo este texto.

[Tweet «Yo también me avergüenzo de que Europa haya decidido cerrar las fronteras en mi nombre»]

Porque estas personas NO NOS REPRESENTAN.

Y te prometo, amigo sirio, que haré todo lo que está en mi mano para que más pronto que tarde esta Europa recupere aquello que en su día la hizo grande. Que olvide nuestras diferencias, que deje de mirarse el ombligo, y vuelva a ser tan hospitalaria como cabría esperar de un grupo de países que en su día supieron aparcar sus diferencias y unirse bajo una misma bandera. Lo que cabría esperar de unos ciudadanos que en verdad sean del primer mundo.

Pablo F. Iglesias