La decisión del MoMA por mostrar de manera permanente una exposición sobre arte en videojuegos llega en un momento crucial para esta industria, que se debate entre la nube y la movilidad, y que amasa cifras económicas que ya superan en muchos países a las discográficas y el cine.

La exposición contará en principio con 14 títulos: Pac-Man (1980), Tetris (1984), Another World (1991), Myst (1993), SimCity 2000 (1994), vib-ribbon (1999), The Sims (2000), Katamari Damacy (2004), EVE Online (2003), Dwarf Fortress (2006), Portal (2007), flOw (2006), Passage (2008) y Canabalt (2009), aunque se espera que este número aumente hasta los 40 en futuras actualizaciones.

En su elección, se han tenido en cuenta más factores como la jugabilidad, la innovación, el diseño y el éxito obtenido (ya no hablando en términos económicos, sino íntegros).

Propuestas como la del MoMa, así como la entrega del premio Príncipe de Asturias al diseñador Shigeru Miyamoto, conocido sobre todo por ser el creador de Mario, hace apenas unos meses, reabre este frente entre aquellos admiradores del mundo del videojuego y los escépticos.

Si bien es verdad que para un servidor hay pocas obras de este mundo que podría considerar arte, me es innegable reconocer el potencial creativo que hay detrás de unas pocas, como fue en su momento el Tetris, o hace poco Portal. El arte evoluciona con el tiempo, y sin olvidarnos que la pura existencia de este hecho es irrefutable, entiendo que una obra es artística cuando es capaz de ofrecer una mirada distinta o unos sentimientos, en algunos casos encontrados, al interaccionar con ella.

Para un servidor, un cuadro de Velázquez, sin conocer los entresijos conceptuales que expone el autor, es una artesanía, a diferencia de lo que puede ofrecerme El Bosco o Bacon. Con esto quiero decir que la obra de Velázquez precisa de un conocimiento más concienzudo de una historia mítica que en el día de hoy la gente de la calle desconoce, y quizás simpatice más con otro tipo de arte que se ajusta al saber colectivo del siglo XXI.

Para los de mi quinta, que han crecido pegados a un mando, el abismo que puede diferenciar el etiquetado de una obra como artística o únicamente artesana, es salvado de forma innata. Los videojuegos han sido el pan nuestro de cada día, e incluso en la actualidad, el interés por la gamificación se ha extrapolado a buena parte de las herramientas diarias, lo que facilita el tránsito de sentimientos y ofrece al lector (de videojuegos, me refiero), unas cualidades que en su día ofrecían las grandes pinturas didácticas de las catedrales, o la escultura del rey de turno en la plaza mayor.

¿Detrás del videojuego puede haber arte? Sí, pero no toda obra es arte, y conociendo el genial trabajo de segmentación al que nos tiene acostumbrados uno de los mejores museos del mundo, no dudo ni un ápice que sus propuestas irán por el camino correcto.