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Por Yorokobu (ES) hacían una suerte de repaso al papel que ha jugado históricamente la arquitectura panóptica (el panóptico) a la hora de crear espacios físicos de control masivo.

En esencia, hablamos de un tipo de construcción en el que siempre hay un punto (radial o central) desde el que se puede divisar todo lo que ocurre a su alrededor.

El modelo de prisión cubana (ES) sería uno de sus mayores exponentes. Celdas distribuidas circularmente y en varios niveles alrededor de una plaza central (a modo de plaza de toros). Con la única salvedad que en el centro de esta se levanta una torre.

En algunos campos de exterminio nazi, la ametralladora se colocaba en la entrada principal mirando hacia el interior, y todo el campo se distribuía de manera triangular partiendo desde ese punto, de manera que desde una única torre de ametralladoras se podía controlar todos los barracones a la vez.

Dicha arquitectura, que surge como una necesidad para espacios carcelarios, ha sido utilizada también en grandes urbes como Paris con el Plan Haussmann (ES) llevado a cabo por Napoleón III o en la Berlín que ha llegado hasta nuestros días.

Calles abiertas y amplios bulevares, frente a los laberínticos espacios de la ciudad medieval, que juegan a favor de una ciudad más luminosa y saneada, tanto a nivel higiénico como social.

Porque las calles abiertas y rectas favorecen el control de la sociedad y minimizan el riesgo de insubordinación al poder regente. También disminuyen el número de efectivos necesarios para el control. La gente se vuelve cívica entonces, pasiva a los designios de los de arriba.

¿Hemos dejado atrás este tipo de arquitecturas?

Sí y no. Con la llegada del mundo virtual, la arquitectura panóptica ya no es necesaria. Al menos en su fórmulación física, pero sigue presente (y de qué manera) en su esencia.

Porque ahora ese panoptes («el que todo lo ve») ya no necesita de espacios físicos para el control ciudadano. La tecnología nos ha dotado de millones de ojos en cada rincón del mundo.

Ni siquiera empiezan a ser necesarias las cámaras de videovigilancia en las calles. Los smartphones que todos portamos en nuestro día a día son la mejor herramienta.

El ambient location y el ambient listening and seeing son pilares de este nuevo panóptico. Las grandes organizaciones tienen en su haber el control de todo lo que ocurre en sus posesiones, desde una única habitación y con un único guarda.

Y ni siquiera se necesitan ojos como los de antaño para el control de la sociedad. Nos hemos «civilizado» lo suficiente para que todos estemos supeditados al control monetario de las grandes corporaciones, a las necesidades artificialmente creadas por estos.

Una nueva manera de esclavitud, que funciona tan sumamente bien porque esgrime y adoctrina al esclavo bajo la falacia de la compra de felicidad. Ahora el tiempo libre se debe comprar, y cualquier cosa, si no es tecnológica o procesada, si no cuesta dinero, no merece la pena probar.

La tecnología al servicio de unos pocos, endulzada con aroma a caramelo y vendida a la gran masa. Nada es obligatorio. La obligatoriedad vendrá auto-impuesta por la presión de tus allegados, cuando te des cuenta que sin WhatsApp, y sin el recordatorio de los cumpleaños de Facebook, no tienes amigos.

Y tampoco se hablaba en el artículo de las ventajas de este nuevo panóptico digital. Con el puramente físico, podíamos controlar los actos pero no los intereses. Con la realidad actual, es posible influenciar en la mente del esclavo, ahora consumidor.

Ya podemos saber todo de todos. No solo dónde está y con quién se junta, sino qué quiere y qué espera conseguir, por sus búsquedas en internet. También de qué habla con sus allegados, gracias a la proliferación de las comunicaciones digitales, y en qué gasta el dinero que recibe de su trabajo en el sistema, con la paulatina derogación del dinero físico en favor de medios más fácilmente rastreables.

La sociedad de la información es una sociedad panóptica, que elimina su forma física y mantiene sus beneficios.

Pero también entraña nuevos retos

Y es que la tecnología es una herramienta tanto para unos como para otros.

Esos dispositivos de escucha activa los están usando tanto aquellos a los que hay que controlar como aquellos que controlan. Las cámaras, como decíamos tiempo ha, miran ahora hacia los dos lados.

Donde surgen herramientas masivas de control, también surgen alternativas para todos aquellos que así lo deseen. La descentralización de arquitecturas ha demostrado en más de una ocasión ser el medio más seguro para la intervención ciudadana.

Y que sea ahora cuando cualquier persona en cualquier parte del mundo puede comunicarse en tiempo real con cualquier otra abre la veda a que el poder del pueblo aumente y pase a ser incontrolable.

Caminamos hacia un futuro cercano en el que las comunicaciones irán paulatinamente cifrándose. Es decir, que volverán a ser privadas, aunque estén en un soporte creado inicialmente para justo lo contrario.

Y esa esclavitud tecnológica a la que ahora estamos expuestos encuentra su talón de Aquiles en una realidad donde las barreras de entrada, tanto de conocimiento como de producción, bajan radicalmente, hasta el punto de que alguien en casa con ganas y tiempo puede construirse cualquier tipo de sistema.

Porque es esa precisamente la pesadilla que atormenta los sueños de los de arriba. Que cada vez hay más personas que de una u otra manera están hackeando el sistema.

[Tweet «El mayor reto al que se enfrenta la sociedad de control es al hackeo descentralizado de su sistema»]

Con pequeñas cosas, pero todas ellas, juntas, desestabilizan la sociedad de control a la que se pretende llegar, y movilizan al resto de ciudadanos que estaban convenientemente adoctrinados a hacerse preguntas molestas. A hacerles pensar.

Ese ojo que todo lo ve existe y es real. Cuenta ahora con herramientas capaces de llegar allí donde nunca antes había llegado. Pero el pilar de todo ese ecosistema, que le ha permitido crecer y fortalecerse de esta manera (estado del bienestar), es en sí mismo su mayor debilidad.